viernes, 22 de diciembre de 2017

NAVIDAD

Le parecía un arma mortificadora. Ponía en contacto las distancias, las ponía al alcance del oído, pero también hacía brotar en los oscuros rincones del corazón un deseo , una sed incapaz de apagarse con unas palabras. Temía cada instante en que tenía que acercarse al aparato, pero al mismo tiempo era un placer, un bálsamo para el alma.
Estaba lejos, tan lejos como el fín del mundo, tan lejos como la muerte, pero estaba también al otro lado del hilo. Aquello parecía poco menos que una invención del demonio.
Siempre, desde su primera juventud, le había ocurrido lo mismo. Sus amores eran amores a distancia, eran dolores surgidos de lo más profundo de las rocas del alma, gemidos, no de placer, sino de dolor. Sus amores eran dolorosos, eran amores que no tenían encuentros. Alguien, mirando desde fuera, hubiera dicho que eran estupideces, que no era él quien se llevaba el fruto de todo aquel dolor. Pero no importaba. Sabía que estaba haciendo lo que debía hacer. Era la esperanza la que le
sostenía, aunque fuera una esperanza recompensada en un más allá del que no se sabía de su existencia.
Cuando aquella noche volvió a coger el aparato, temblaba, temblaba de miedo y de frío. Fuera la nieve se acumulaba sobre los tejados, el viento era frío, la noche desapacible. Dentro era un terror arcano, el temor al desprecio, al no que había recibido tantas veces en su vida. No sabía qué podría hacer si le volvían a decir que no.
La ventana de la habitación estaba a bastante distancia del suelo. Una caida fortuíta le llevaría en volandas al hospital. Y nadie sabría
por qué habría sido.
El temor a una nueva renuncia le recorría la médula. Siempre se decía que no había problemas, que aquello no podía ocurrir, que ya había sufrido bastante y las fuerzas superiores , o quien leche fuera , tendrían piedad de él. No importaba la distancia, no importaba que ella formara legalmente con otro una familia. No importaba nada de eso, si, al menos, en un intersticio de su corazón lo tenía a él y lo recordaba de vez en cuando, aunque fuera para maldecirlo. Le parecía mejor la maldición que el olvido.
Los toreros temen especialmente el silencio. La bronca dice que su tarea ha sido mala, el silencio es una tumba frente a la que no se puede hacer nada.
Tomó el aparato. Sonó una, dos, tres veces... Al otro lado, una voz cristalina esperaba su tristeza. Todo alegría, todo placer. Los demonios de la técnica parecían hacer de las suyas. El temporal de nieve congelaba las palabras en los alambres.
En el corazón se encendió una llama que le hizo calentar el cuerpo. Una larga conversación les confirmaba en su amor, en un amor trocado por las adversidades, pero firme como una roca.
Se dieron las buenas noches. Todo el nerviosismo había desaparecido, una sonrisa cruzó la oscuridad de la noche. La vida era hermosa, a pesar de los terremotos.













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