lunes, 12 de junio de 2017

OPPEL Y EL ELEFANTE

OPPEL Y EL ELEFANTE

Nos habla un baquero

PRIMER DOMINGO


Con sólo escuchar el nombre de Oppel...; ¡Qué hombre! Tenía instaladas seis trilladoras de arroz que levantaban un ruido tremebundo.
Dieciseis labradores, las caras rojas como las ascuas del fuego, pisaban el pedal de las trilladoras y metían por un lado los montones de haces de arroz. El arroz salía hacia adelante y los limpios haces de paja los lanzaban hacia atrás volviendo a formar nuevos montículos de paja y arroz de donde salía flotando una especie de polvillo amarillo parecido al polvo del desierto.
Oppel, con su gran pipa de ambar en la boca, paseaba con toda parsimonia, con las manos enlazadas a la espalda, por aquel penumbroso lugar de trabajo, los ojos semicerrados y poniendo mucho cuidado en que no cayera la ceniza sobre la paja.
El recinto era bastante fuerte, del tamaño de una escuela y, sin embargo, por que será que se movía tanto, a pesar de haber seis trilladoras del nuevo tipo. A causa de eso, estando dentro, entraba mucha hambre. Aunque la verdad es que Oppel hacía que a todos les entrara la suficiente hambre como para que a veces se pudieran comer un tortillón calentito como la balleta del polvo y un bistec como la suela de un zapato.
De todas formas, el ruido era tremendo.
Entonces, nadie sabe cómo, pues... aparecio un elefante blanco. No, en absoluto era un elefante pintado. ¿Que por qué había aparecido por allí? Pues...., como era un elefante,lo mismo habia salido del bosque y, sin más, se había dirigido hacia allí.
Cuando el bicho asomó la cabeza con toda parsimonia por la puerta, los campesinos se quedaron helados. ¿Y por qué se sobresaltaron? ¡Vaya pregunta! Pues porque nunca se sabe lo que va a hacer un bicho así. Si le hubieran hecho caso, como nadie sabía lo que podia ocurrir, lo dejaron y cada uno se dedicó a su tarea con ahinco.
Sin embargo, en ese momento, desde detrás de la fila de máquinas, Oppel, con las manos en los bolsillos, miró ráuda y fijamente al elefante. Entonces, rápidamente, dirigiéndose abajo, como si no ocurriera nada, volvió a pasearse pausadamente.
Y entonces, el elefante puso una pata sobre el entarimado de la casa. Los campesinos se quedaron de piedra, pero como estaban muy ocupados y hubiera sido mucho peor hacerle caso, siguieron con su tarea de trilla.
Oppel, desde el claroscuro fondo de la casa, sacando las manos de los bolsillos, volvió a dirigir la mirada al elefante. A continuación se puso a andar de nuevo juntando las manos detrás de la base del cuello, dando a propósito un gran bostezo que parecía de autentico aburrimiento. Al tiempo, impetuoso, el elefante avanzó hacia el interior de la casa dando a entender que quería subir al entarimado.
Los campesinos se asustaron de verdad y esta vez tambien a Oppel le recorrió un escalofrio por la espalda, pero siguió con la pipa en la boca echando humo, fingiendo no hacerle caso mientras andaba a sus anchas de un lado a otro.
En esto, el elefante acabó por encaramarse en el entarimado y con toda la cara comenzó a andar delante de la maquinaria, pero como las máquinas iban a toda prisa, los cascabillos daban sobre la piel del descarado elefante como si de una tormenta de granizo se tratara.
El elefante parecía verdaderamente molesto con los golpes de las cascarillas. Entrecerró los ojos en una sonrisa que se podía descubrir observándolo bien. Oppel, decidido por fin, se plantó ante las maquinas para hablarle al elefante cuando éste le dijo con su preciosa voz de ruiseñor:
-¡Ah, esto es demasiado! El grano me da en los colmillos...
Exactamente, los cascabillos le daban en los colmillos lo mismo que en su inmaculada cara y cuello. Entonces, Oppel, poniendo toda la carne en el asador, pasándose la pipa a la mano derecha...,le dijo:
-¿Qué tal? ¿Te parese interesante todo esto?
-Sí es muy interesante, respondió el elefante con una sonrisa mientras ponia el cuerpo de medio lado.
- ¿Qué te parece si te quedaras aquí para siempre?
Los labradores, sorprendidos, suspendido el aliento, se quedaron mirando al elefante. Oppel, después de decir aquello se echó levemente a temblar. Sin embargo el elefante respondió con toda tranquilidad:
- Me parece muy bien... Me gustaría.
- ¿Sí? Entonces decidido ¿Cómo no?, añadió Oppel con su cara estrujada como el papel en una sonrisa que desbordaba alegría.
¿Qué te parece? Asi fue como Oppel convirtió al elefante en su fortuna. Y ahora míralo, ¿qué hacer? ¿ponerlo a trabajar o venderlo al circo? Hiciera lo que hiciera sus buenos dineros iba a conseguir con el.


SEGUNDO DOMINGO

iQué tipo este Oppel! Pero tampoco se quedaba atras el elefante que consiguió meter en la casa del descascarillado del arroz. Un bicho con más de veinte caballos de potencia. Primero, completamente blanco y con un marfil precioso en sus colmillos.
La piel, en su conjunto, muy fuerte y hermosa, y además un buen trabajador. Y sí añadimos lo que ganaba. En verdad que el dueño era un tipo impresionante.
- ¡0ye! ¿No necesitas un reloj?, se dirigió Oppel al elefante acercándose, pipa en mano, a la puerta de la casita de éste, mientras le observaba.
-Yo no necesito reloj, respondió el elefante con una sonrisa.
-Póntelo, es muy bueno,le iba diciendo mientras le colgaba al cuello un gran reloj de hoja de lata.
- Esta bien esto ¿verdad?, fue la respuesta del elefante.
- También necesitarás una cadena , no había terminado de decirle Oppel cuando ya había enganchado una de cien kilómetros a la rama que tenia delante.
-¡Qué buena esta cadena!, dijo el elefante dando unos pasos.
- ¿Y si te pusieras unas botas?
- Yo no me pongo eso.
- Anda, anda, póntelas. Es algo extraordinario, miraba Oppel a la cara del elefante intentando comprender lo que verdaderamente sentía, mientras por detras le colocaba unas grandes botas de cartón piedra.
- iQué bueno!, volvió a responder el elefante.
- Habrá que colocarle un adorno, decía Oppel mientras a toda prisa le colocaba por encima de las botas un contrapeso de cuatrocientos kilómetros.
-¡Maravilloso!, volvía a repetir el elefante dando unos pasos muy feliz.
Al día siguiente, tanto el reloj de hojalata como las miserables botas de cartón piedra se habían hecho añicos, quedando el elefante amarrado y andando tan contento tan sólo con su cadena y el contrapeso.
- Disculpa, pero los impuestos están muy elevados. Hoy haz el favor de acarrear un poco de agua del rio. Le dijo Oppel al elefante mientras le dirigia una mirada, las manos cruzadas a la espalda.
- Claro, traeré el agua, toda la que haga falta.
El elefante, sonriente, muy contento, pasado el mediodía había dado cincuenta viajes habiendo regado con ellos el huerto.
A la caida de la tarde, en su casilla, comiéndose unos diez haces de paja de arroz, levantaba la vista hacia el cuarto creciente.
- Ah, qué alegría esto de ganarse el sustento. Qué regocijo, pensaba el elefante.
Al día siguiente, Oppel, con un sombrero rojo, adornado con una borla, se dirigió al elefante,las manos escondidas en los bolsillos.
- Discúlpame, pero los impuestos vuelven a subir. Trae una poca de leña del bosque, por favor.
- Por supuesto, enseguida la traigo. Hoy hace un día estupendo y me gusta recorrer el bosque, respondió el elefante con una sonrisa.
Oppel se asustó un poco y estuvo a punto de caérsele la pipa de las manos, pero el elefante echó a andar enseguida alegremente por lo que se tranquilizó, se ajustó la pipa, carraspeó y se dirigió hacia donde se encontraban trabajando el resto de los campesinos.
Un poco después de mediodía ya había traido el animal, muy contento, más de novecientos haces de leña.
A primera noche, en su casita, el elefante miraba hacia la Luna mientras se comía ocho brazadas de paja.
- Ah, hoy también he trabajado mucho ¡Santa Maria!, murmuraba el animal.
Al dia siguiente:
- Perdona, los impuestos se han quintuplicado ¿Por qué no vas a la herrería a soplarle al fuego?
- Si, claro. Haciéndolo con fuerza puedo hacer volar una piedra sólo con mi respiracion.
Oppel se asustó pero se sonrió y se tranquilizó enseguida. El elefante se dirigió hacia la fragua y doblando las patas estuvo soplando el fuego mediodía en lugar del fuelle.
Esa noche, mientras se comía siete brazadas de paja, mirabala Luna en su quinto dia y comentaba:
- Ah, que cansado estoy, pero contento ¡Santa Maria!
¿Qué te parece? Y al dia siguiente, desde por la mañana, tenía que volver a trabajar. Ese día sólo se comió cinco haces de paja. iTanta fuerza con tan poca comida! ¡Parece increible!
La verdad es que el elefante era muy económico, y ello era así porque Oppel era un tipo muy inteligente... Oppel, en verdad,un gran tipo.


QUINTO DOMINGO

Oppel, eh, es lo que iba a decir, desapareció... Vamos, tranquilizate y escucha. Oppel se pasó con el elefante del que te hablaba. Como su trato era cada vez más horrible, el elefante terminó por no sonreir. A veces, poniendo ojos de dragón rojo, lo miraba fijamente, de arriba hasta abajo.
Un día, al tiempo que se comía las tres brazadas de paja que le habían dado, miraba a la Luna murmurando:
- iQué dolor! iSanta María!
Oppel, que lo oyó, empezó a tratarlo cada vez peor. Una noche, en su cuchitril, se cayó, sentándose en el suelo y mirando a la Luna, dijo:
- Ya... Adiós... iSanta María!
La Luna le pregunto delicadamente:
- ¿Eh? ¿Cómo? ¿Adiós?
- Si, adiós, ¡Santa María!
- ¿Qué tonterías dices? ¿Le has escrito por un casual a tus compañeros? , le preguntó la Luna con una sonrisa.
- No tengo papel ni pincel para escribir, respondio el elefante con una voz muy delgada y de inigualable belleza mientras las lágrimas empezaban a resbalarle por el rostro.
- Mira, esto ¿verdad? , dijo justo delante de él la voz de un niñito bellísimo.
El elefante levantó la cabeza y vio ante sí un niñito vestido de rojo que le daba papel y pluma. El elefante escribio rápidamente:

"ESTOY EN UNA SITUACION TERRIBLEMENTE MALA. VENGAN A AYUDARME TODOS"

El niñito cogió la carta y echó a andar hacia el bosque. Llegó a la montaña justo a la hora de la comida. En ese momento los elefantes de la montaña se encontraban reunidos a la sombra de un árbol sala, jugando al juego del GO y juntando sus frentes leyeron lo siguiente:

"ESTOY EN UNA SITUACION TERRIBLEMENTE MALA. VENGAN A
AYUDARME TODOS"

Los elefantes se levantaron en un suspiro, ennegrecieron de rabia y empezaron a gritar.
- iCastiguemos a Oppel! , gritó el jefe de la asamblea, a lo que los demás corearon :
-¡Vamos!
Lo mismo que una tormenta salieron del bosque y sin dejar de emitir sus característicos gruñidos, se dirigieron hacia la sabana. Parecía que se hubieran vuelto locos. Los árboles pequeños, los arbustos, todo lo que encontraban en su camino lo destruían con sus tremendas zarpas.
Lo mismo que los fuegos artificiales,asi se dispersaron los elefantes por el prado. Corrieron y corrieron hasta los difusos confines de la verde pradera, donde se encontraba la mansion de Oppel. Cuando encontraron su tejado amarillo los elefantes estallaron en un gruñido ensordecedor.
En ese mismo instante, Oppel, como era la una y media, se encontraba en plena siesta, soñando con los pajaritos.
El ruido era tan tremendo que los trabajadores de la casa salieron a la puerta y haciéndose sombra con la mano miraron a lo lejos. Parecía un bosque de paquidermos en movimiento lo que se movia más rápido que el tren. Perdido el color empezaron a gritar al dueño con todas sus fuerzas.
-¡Señor, señor! ¡Que vienen los elefantes! ¡Que vienen los elefantes!
Pero Oppel era verdaderamente inteligente. Fue abrir los ojos y entenderlo todo en un periquete.
- ¡Eh! ¿Está el elefante? ¿Está? ¿Si? Bien, ciérrenle la puerta. Rápido, ciérrensela. Rápido, traigan una tranca. Métete ahí, imbécil , ¿que haces a estas alturas intentando escapar? Aten ahí la tranca. ¿Qué crees, que te vas a escapar? Te estoy quitando la fuerza a propósito. Con eso será suficiente. Bien, traigan otros cinco o seis troncos. Les digo que no se preocupen.A ver, todo el mundo a las puertas. Cierren las puertas. Coloquen los cerrojos, atranquen, atranquen. Tranquilos, no se hundan.
Oppel había terminado ya los preparativos, y con una hermosa voz que se diría la de una tompeta, animaba a los trabajadores. Sin embargo estos no parecían tener ningún ánimo. Sin ganas ninguna de verse mezclados en los problemas de este hombre, todos amarraron sus anteriormente blancos y ahora sucios pañuelos y toallas al brazo en señal de derrota.
Oppel puso toda su energía en el trabajo recorriendo el recinto de un lado a otro. El perro de Oppel también se sintió lleno de energía, levantándose y ladrando lo mismo que si le hubieran metido fuego al rabo.
Al poco la tierra empezo a temblar y todo se volvió oscuro,rodeando el recinto los elefantes. Del estrepitoso y terrible ruido del grito de los elefantes se escuchó salir una dulce voz que decía:
- Tranquilízate que enseguida te sacamos.
- Gracias, que contento estoy. Gracias por venir tan pronto,dijo desde el interior de la caseta una voz.
En esto los elefantes, alrededor del recinto dieron un tremendo grito al tiempo que echaban a correr alrededor de la empalizada. Finalmente, desde dentro se empezó a ver la enfurecida trompa del elefante.
La empalizada era de cemento y, al tener mezclado hierro, incluso para los elefantes era difícil de romper. Dentro sólo se oia la voz de Oppel gritando. Los campesinos, cegados, lo unico que hacían era dar vueltas.Al poco, algunos elefantes se pusieron en escalera y ayudaron a los otros a saltar el muro. A toda velocidad iban asomando el rostro. Al ver la grisacea y arrugada cara de los paquidermos al perro de Oppel le dio un sincope. Oppel comenzó a disparar. A cada disparo contestaba un rugido de los elefantes.Sin embargo las balas no se incrustaban en la piel y si daban en los colmillos rebotaban.
-¡Qué molesto es este tipo! No hace mas que dar en la cara,dijo un elefante.
Oppel, mientras intentaba recordar donde habia escuchado aquella frase, volvió a llenar el cargador. Al poco los elefantes empezaron a saltar al interior de la mansion. De golpe, hasta cinco elefantes cayeron al interior. Oppel terminó espachurrado, pero no soltó la pistola. La puerta se abrió y los elefantes empezaron a entrar.
- ¿Dónde esta la celda?, decían mientras empujaban la caseta.
Los troncos se rompieron como si fueran cerillas y al poco salio el elefante blanco bastante enflaquecido.
- ¡Qué bien, pero qué flaco! , le decían mientras en silencio se le acercaban y le soltaban la cadena y el contrapeso.
- Gracias, de verdad, gracias por vuestra ayuda, dijo el elefante blanco con una sonrisa de tristeza.
- ¡Ah! ¡Tú,no te metas en el rio!


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