lunes, 22 de mayo de 2017

EL TELEFONO

Leía un libro, una novela, situada la acción en su tierra natal hacía ya bastante tiempo. Era interesante, incluso emocionante. Miró el reloj, las 6:15 de la tarde. Ah, dentro de quince minutos me llamará. Cerró el libro. Quiso volver a abrirlo. No pudo, había empezado ese estado tan conocido de nerviosismo casi incontrolable. Había aún gente en la sala. Estaban preparándose para marcharse pero no acababan de marcharse. Los nervios se le agarraban al estómago haciendo que éste rugiera. Había como una inesperada fabricación de gases en el estómago. Gases que luchaban por salir pero que en la mente eran controlados por la buena educación. No era cuestión de orquestar sus interioridades sin más ni más.
Por fin la gente empezó a marcharse. Fue escuchar cerrarse la puerta y una orquesta trombónica parecía desatarse en un interior.
Faltaban diez minutos y aún el estómago no se había serenado. Poco a poco se fue descargando de tan ingrata compañía. Cuando eso ya había sucedido se dio cuenta de que le temblaban las manos. A su edad y parecía un chiquilín recién enamorado que no sabía como comportarse delante de una chica. La verdad es que nunca había sabido. Desde pequeño lo que oía sobre cómo debía ser el hombre, el macho frente a la hembra, no lo entendía y, cuando lo entendió, simplemente le repugnaba. Por otra parte veía que muchas veces su, no sabía como llamarlo, intento de ser dulce, de ser amable, tampoco era bien entendido por las chicas. Era, había sido, su vida en ese terreno pura confusión, puro complejo. Lo mismo él había gustado a muchas chicas y no se había enterado . A veces era muy agudo, otras de lo más romo que podía echarse a la cara. La relación con la mujer en general, le había supuesto un verdadero calvario.
Pero ahora no. Aunque poco, antes del teléfono era puro nervio y pura tensión. Una vez éste sonara, una tenue tranquilidad se le venía encima. Ni él mismo se entendía.
Aún no podía comprender cómo en tan poquísimo tiempo habían podido llegar en todos o en casi todos los aspectos a tan alto grado de intimidad. Al menos por su parte, dadas las excepcionales circunstancias de su relación, lo único que podía sostener ese sentimiento hacia ella era la sinceridad y era sincero hasta el dolor, como una vez le dijera.
A veces hubiera querido decir groserías, gritar lo que de dolor llevaba dentro , pero consideraba que no tenía sentido. Había que canalizar esos sentimientos haciéndolos positivos, efectivos y en el menor tiempo y espacio posibles. No se podía decir todo, tal vez no se debía decir todo, pero se iba llevando a efecto, claramente era un proyecto a largo plazo en el que se tendrían que desbrozar demasiadas cosas.
No tenían quince ni veinte años,pero la pasión los había desbordado. Al menos para él era como recuperar un tiempo no vivido. A pesar de las dificultades, de la locura de vivir de tal manera, se sentía vivir.
¿Había amado? ¿Había sido amado? Comparándolo con lo que sentía en estos momentos, definitivamente , no.
Se podría decir que había sido una serie de vivencias desperdiciadas, pero no, veía que había sido un tiempo largo, penoso, duro, terrible, pero tiempo de preparación para vivir la dulzura, la alegría, el calor de la mujer que lo amaba, que, no lo acababa de entender, se había colado por él hasta la médula.
¿Qué había pasado? ¿Qué sentía él hacia ella? Como dicen las novelas televisivas, dulce veneno que se mete en la sangre sin darse cuenta y que ya no puede salir.
Pero aunque no podía tocarla, palparla, abrazarla, manosearla, poniéndose un poco fuera de orden, la sentía ahí pegada a su piel y la sentía con una seguridad , con un sentimiento nunca sentido hasta ahora.
En una conversación “normal” era una locura hablar de reencuentro tras muchas vidas, no ya tras muchos años. El universo de la mente, del corazón encerrado en la estrecha
caja de la vida, había abierto una ventana hacia la luz, había dejado ver que eran almas gemelas que se habían amado y que se volvían a encontrar para volverse a amar aunque de manera tan peculiar.
Dentro de un momento sonaría el teléfono. ¿Qué decir, qué hablar, quién llevaría la voz cantante? Era una comprobación de que seguían vivos, de que la palabra escrita era verdad.
¡Cómo se hubiera colado por la línea y aparecido en el otro extremo! Hubiera empezado por besarla de tal manera que casi hubiera llegado a asfixiarla.
Sonó el teléfono y toda la tensión desapareció. ¿Cuál fue la conversación? Como suele ocurrir, un diálogo confirmativo de lo tantas veces dicho a través de la escritura. Pero lo importante no era el contenido del diálogo, la palabra, la voz, dulce , corriente de los sentimientos, les iba llenando del otro mútuamente.
Por palabra se diría un hombre y una mujer en plana madurez sexual en la que ambos se iban sintiendo llenos. Un te siento dentro de mí, un gracias por el placer que me das, un me voy hacia la cumbre del éxtasis. Gracias amor por estos instantes tan irrepetibles.
Cuando esa tensión de la palabra había llegado al culmen, el vacío mental se hacía, se habían vaciado, fundido cual chocolate uno en el otro.
Con fruición se habían devorado, con pasión se habían absorbido mútuamente. Sólo quedaba el descanso y el silencio, y un gracias por estos instantes que quedarán grabados en nuestras almas por la eternidad de los siglos.

La tensión, el temblar de piernas habían desaparecido. Eran dos personas maduras planamente abrazadas, fundidas en medio del universo y rodeadas de estrellas. 

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