martes, 22 de noviembre de 2016

GATA ENAMORADA

Maullaba como un gato caprichoso. Se acercó restregándose por los bajos del pantalón del muchacho. Parecía algo más que un gato. Los ojos se diría que eran humanos. De vez en cuando miraba hacia arriba como buscando la mirada del hombre. El también lo miró a los ojos. Hacía tiempo había perdido a una persona muy querida. Había, supuestamente, desaparecido en un crucero que había hecho con la familia por la costa mediterránea.
En uno de los pocos enclaves en los que un barco podía chocar contra las rocas ocultas bajo el agua. El barco encalló, se desequilibró y cayó hacia el lado en que el mar era más profundo.
Muertos, heridos, desaparecidos, y entre los desaparecidos, aquella muchacha que tanto amaba . Aún no se había recuperado del golpe. Hasta esa momento había sido su primer y único amor. ¡Cómo hubiera preferido ser él el que se hubiera hundido en las profundidades marinas! Aunque entonces el dolor lo hubiera sufrido ella. Tampoco ella había amado a nadie, hasta que como un huracán sin control se encontró , apareció él en su vida.
Era un amor puro, tierno, con esa ternura que da una juventud de corazón inmaculado, que todavía no sabe qué hacerse con el amado, con la amada entre las manos.
Cualquiera que los hubiera contemplado durante el tiempo que estuvieron juntos, no hubiera por menos que haberse sonreido. Tal era la ternura que profesaban uno por el otro. Pero llegó ese día fatídico. Los padres de la muchacha le habían prometido un crucero de descanso si terminaba los estudios con el éxito que esperaban. Y ella cumplió. Había sido siempre una chica dulce y tierna, muy seria y responsable a la que no se le conocía ninguna locura ni desvarío parecido a las que otras jóvenes no era raro llevaran a cabo en esa edad en que los jóvenes quieren independizarse.
Partieron desde el puerto del sur del que solía salir el crucero. El muchacho, alegre, pero con un pellizco en el estómago, la vio partir. Era como si tuviera un mal presagio. Y el presagio se cumplió con creces. A la semana de la partida del barco, él aún no lo sabía, pero al poner la televisión y escuchar las noticias, se quedó de piedra. Era el barco en el que la familia montó, en uno de los lugares por los que estaba previsto que pasara, y eran el de la madre, el padre y su amada los nombres de las personas que daban por desaparecidas. Llegó a estar a punto de volverse loco, el tiempo le fue confirmando que aquello era así. Habían sido tragados por la profundidad marina y nunca más se supo nada de ellos.
Ya habían pasado varios años de la desaparición, pero la herida seguía abierta. El no había querido acercarse a ninguna otra chica. Ni su cuerpo, ni su mente tomaban la dirección de otros ojos que no fueran los del recuerdo de los ojos de ella. “Pues sí que le ha dado fuerte”, comentaban amigos y amigas de la misma edad, que no se caracterizaban precisamente por sus fidelidades. No era que fueran unos pervertidos ni nada por el estilo, pero la inseguridad en si mismos era tal que cambiaban de compañero o compañera como de ropa. Infantilismo emocional disfrazado de liberalidad. Ellos nunca fueron así. Creían en la seriedad de las relaciones, en los compromisos, aunque no eran tan pacatos como para no admitir que el amor se podía acabar. No se acabó el amor, pero un crucero inoportuno llevó a aquella vida a cruzarse con la muerte. Todo eso le recordó aquella mirada gatuna.
El muchacho cogió a la gata , porque era hembra, y además parecía muy sensual. Sentó a la gata sobre sus rodillas y mirándola a los ojos le comenzó a hablar lo mismo que le hablaba en otro tiempo a su amada.
No sabía si lo que veía eran alucinaciones suyas, pero lo cierto es que la gata comenzó a llorar. Ahora ponía ojos alegres, ahora tristes, se amodorraba en las rodillas del muchacho y a continuación alargaba la patita como queriendo tocarle, acariciarle. El estaba acariciándole la cabeza cuando se produjo el milagro. Una especie de humo como surgido de una lámpara maravillosa los envolvió. Cerró los ojos porque creía sentir un cierto escozor y cuando lo abrió, cuál no sería su sorpresa al comprobar que aquella gatita mimosa se había transformado en la figura de su amada.
Con el corazón agitado entre la incredulidad y el terror, la miraba embobado. Aquello no podía ser verdad. Estaba alucinando a pesar de no haber tomado drogas ni alcohol. Aunque seguía pasándolo mal, siempre había pensado que no era la solución de los problemas. Nunca se había emborrachado ni drogado, sólo sentía un profundo agradecimiento por , al menos , haberla conocido. Pero aquello era demasiado.
-¡Pero..... tú! ¿Cómo es posible?
-No te asustes mi amor. Sí, soy yo. El cielo me ha concedido una segunda oportunidad. Me ha concedido el don de una transformación especial para poder venir a visitarte al menos una vez a la semana. Me acercaré a tí por la mañana de día que deba venir como una paloma que se acerca a la ventana, será la paloma mensajera de mi alma, y ya a la caida de la tarde será esta gata quien lleve mi espíritu que despertará a la humanidad en tus brazos. Pasaremos la tarde noche juntos. Tú te sentirás feliz y yo también. Desde la altura celestial seré como tu ángel guía. No me verás, ni me escucharás, pero tu corazón sentirá con claridad que te hablo orientándote en las necesidades de la vida.
Seremos felices, y aunque en esta ocasión esta será la extraña forma de mostrarnos nuestro amor, te aseguro que no te arrepentirás.

Las lágrimas rodaban por las mejillas del hombre. Ella se las sorbía con la dulzura, con la ternura de sus labios. Se fundieron sus bocas en un beso y sus brazos en un estrechamiento de los cuerpos tal que, así, casi sin aliento, durmieron juntos hasta que llegó la hora de que el espíritu de la amada se fuera. La despedida fue un dulce hasta luego y el hombre, cuando a la mañana siguiente partió para el trabajo, estaba irreconocible. El amor había obrado el milagro. 

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