lunes, 1 de agosto de 2016

CIUDAD APOLINEA

CIUDAD APOLINEA

La muchacha sacó los trebejos que suelen llevar las mujeres cuando quieren afianzarse la máscara de la belleza.
Eso forma parte del ritual femenino y no tenía nada de particular.
Había gente que lo veía normal y prefería una máscara a la naturalidad del rostro límpido.
Pero para él siempre resultaba extraño el maquillaje. No sabía si la mujer era un animal enmascarado o era un ser natural en sus reacciones.
Todo aquello lo retrotraía al tiempo en que llegó a la ciudad. Desde un lugar y desde otro era bombardeado con recriminaciones: No se puede mirar a los ojos, no se puede hacer esto, no se puede hacer aquello, ni lo de más allá. No se podía hacer nada, todo estaba mal.
El lugar del que venía estaba situado en las antípodas del mundo y en las antípodas de la civilización. Era un lugar al que le faltaba mucho, un lugar inculto en el que la gente no se sabía comportar en público.
El lugar al que había llegado era todo lo contrario. Un lugar refinado en el que la gente sabía comportarse con refinamiento y educación.
Como novato en la ciudad, tenía que comerse todos los sapos y culebras que intentaban salirle por la boca.
Se sentía como un niño al que los mayores, en nombre de la buena educación, quisieran aniquilar totalmente.
Cuando él hacía algo, siempre estaba irremediablemente mal, pero cuando los lugareños hacían exactamente lo mismo, si era un error, todo terminaba en risas de disculpas ¡Estoy chocheando!, y todo el mundo se reía como un imbécil de nacimiento.
La situación le recordaba aquella copla que decía que si el señorito bebía, iba alegre el hombre. Pero si quien bebía era el pobre, era un borracho y un inmoral.....
Acababa de ver en el metro a una mujer en los treinta, sentada, a veces se sonreía, lo que no tenía nada de especial. Tal vez se estuviera acordando de algo divertido. Pero de vez en cuando se llevaba las dos manos a la boca intentando reprimir una carcajada, o se lanzaba el pelo, largo, hacia adelante, en un intento de no mostrar un rostro gozoso de risa sorda.
¿Qué sería? Un buen recuerdo, un momento de total alegría o placer..
O lo mismo era esa cuerda floja de las prohibiciones que acaban por volver
estúpido al más cuerdo.
Todo era muy extraño. Parecía una ciudad llena de señorío, que miraba a todos y a todo por encima del hombro, despreciando al mundo.
Teóricamente era un pueblo laborioso, pero al que se le veían los zancajos destrozados de su pereza.
Machacados por las máquinas eran auténticas máquinas trabajando. Cuando algún tornillo saltaba, fallaba absolutamente todo.
Durante años esa buena forma de hacer había consistido en anunciarse dejando información en el buzón.Ahora,descaradamente tocaban
al timbre de la casa y no se iban hasta que no salía alguien. Intentaban la venta de lo invendible.
Era un pueblo muy unido que no se empujaba cuando bajaba del tren, por debajo, y sin que casi nadie se apercibiera, se pegaban patadas puras y duras y si había que dejar de respetar a los mayores se hacía con la mayor inconsideración.
Había visto como un señor de mediana edad empujaba a una anciana que se interponía en su camino a la hora de dirigirse él a tomar el tren. Una anciana que podía ser su madre. Uno de los días de descanso nacional se llama el día de mostrar respeto a los mayores. ¡Vivie para ver!, pensaba.
Sentía los golpes de moral vacua haciéndole daño en los testículos. La máscara de la hipocresía era lo importante. La amabilidad se reservaba para aquel del que se podía obtener algún beneficio, a los demás, máscara, maquillaje o pistoletazo al canto.
Cuántas veces habría dicho al ver algo o a alguien en televisión: Tiene cara de mafioso. El mundillo de este deporte parece corrupto. Esa asociación es peligrosa.
Se le habían echado encima. El no entendía porque era foráneo. Con el tiempo, todo aquello que había intuido, lamentablemente se iba haciendo realidad. Pero esa verdad no se la podía restregar a nadie por la cara porque seguía siendo foráneo y no entendía.
Piedad, conmiseración.... Todo lo que de bueno podía tener el ser humano para con los demás no tenía ningún sentido para con esa vacuidad en la que un orgulloo negro imperaba.
La poesía estaba llena de flores porque hablar de las personas daba asco.


11 de septiembre de 2011 

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