lunes, 11 de julio de 2016

LA PRINCESA DE LOS FUEGOS ARTIFICIALES

LA PRINCESA DE LOS FUEGOS ARTIFICIALES


¿Cuándo nació la Princesa?, preguntaron los niños a la abuela.
Es una historia muy antigua. Tan antigua como el mar, como la misma vida.
Era una país lejano y bello, como la misma belleza. Tanto que, para nosotros, rodeados de tanta miseria y fealdad nos es imposible imaginarlo.
Había una Rey y una Reina. Los dos eran muy buenos, muy buenos. Tan buenos como la misma bondad.
Se querían tanto que, fruto de su amor, querían que viniera al mundo un montón de principitos y princesitas.
Vivían en un palacio-castillo grande, grande y bello como la más hermosa de las mansiones bellas. Rodeado de amplios jardines en los que se criaban muchas flores, perfectamente cuidadas por los jardineros más expertos.
Al cabo de un tiempo de feliz matrimonio, la Reina empezó a sentir unas molestias extrañas en los oídos.
Oía unos ruidos que no sabía cómo interpretar, porque era la primera vez que los sentía.
Así pasaron un par de meses de molestias, hasta que un día escuchó una voz espléndida que le decía:
Mamá, no te preocupes. Soy yo, tu hija, Luz Brillante. Ya estoy en camino y dentro de poco nos reuniremos. Vengo de un sitio hermosísimo, bellísimo. Donde tú vives le llaman Venus. El paraiso de la belleza y el amor. Unos corazones rebosan amor. Cuando eso ocurre, uno de los habitantes de Venus va a la Tierra a unirse con esa pareja que tanto se quiere. Yo soy vuestra hija.
La Reina estaba tan contenta que no sabía qué hacerse. Era la impaciencia pura. Ayudada por sus criadas y amigas que la aconsejaban, estuvo preparando toda la ropita necesaria para su futura hija.
Pasó el tiempo y llegó la temporada de los calores y las tardes de paseos a la vera de los ríos.
Los Reyes, queriendo que sus vasallos se divirtieran, organizaron competiciones de fuegos artificiales.
Se dedicaban a ello los mejores artesanos del país, y siempre resultaba maravilloso.
Ese año la ocasión era aún más especial, porque ya todo el mundo sabía que la Reina iba a ser mamá.
Entre la desembocadura del río y las playas del mar cercano se prepararon todos los artefactos necesarios para los fuegos artificiales.
Y empezó la fiesta. Tracas inmensas, con sonidos ensordecedores que los miles de ciudadanos, vestidos con trajes de todo tipo y color seguían embobados. Nadie pensaba que aquello fuera ruido.
Subían y subían los fuegos y al explotar adquirían las más diversas formas.
Los había que parecían caras de payaso, otros sauces llorones, los había señalando una flor concreta. Todos, todos, eran sencillamente maravillosos.
Unos, evidentemente, gustaban más que otros. Aquellos que gustaban más eran aplaudidos con furor por el público que los contemplaba. Pero hubo uno que sorprendió por su belleza y su originalidad.
Era un lanzamiento largo, largo. A todo el mundo le pareció que era una larguísima caña de bambú maravillosamente diseñada.
Subió más que ningún otro y, de pronto, por la parte superior, apareció la figura de la que parecía una niña. Una niña como la de los cuentos de hadas. Ojos rasgados, pelo largo, negro y brillante. Boca pequeña como de cereza madura. Su piel era más blanca que el color blanco. Y era billante, brillante.
El corazón de lo presentes sintió una punzada. Era como un presentimiento. Parecía una premonición de cómo sería la hija de los Reyes.
Era, en definitiva, tan estilizada y bella que no hay palabras para ponderarla. Piense cada cual como quiere que sea su Princesa ideal y tendrá la respuesta.
La fiesta terminó. Los corazones estaban satisfechos, contentos, superfelices. Esa noche todo el mundo pudo dormir y soñar los mejores sueños.
A la mañana siguiente, en efecto, se había producido el milagro. La Princesa había nacido y. al parecer, recibiría el nombre de Luz Brillante.
Había nacido con aquel fuego artificial tan hermoso que todo el mundo contempló. Todos, sin saberlo, pero sintiéndolo, habían asistido al nacimiento.
Sus fotografías fueron publicadas en la prensa. Era exactamente igual que todos la habían visto en los fuegos artificiales.
Aparecía con los ojos cerrados y una sonrisa de felicidad inconmensurable. Sus piernas, sus brazos, todo perfecto en proporciones y formas. Era la belleza personificada.
Además de brillante en belleza, los adivinos le auspiciaban brillantez en sus acciones, en su conocimiento, en su vida. La Princesa Luz Brillante acabaría siendo la Reina del Mundo.


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