viernes, 22 de julio de 2016

EL RESFRIADO

EL RESFRIADO

Abrió la puerta y se encontró con una situación inesperada. El sí había tenido trabajo, pero ella no. Desafortunadamente desde el día anterior llevaba arrastrando algo parecido a un resfriado. Habían quedado en que ella estaría en cama todo el día hasta que se sintiera mejor.
Rabillo de lagartija, no había podido aguantar en la cama sin intentar hacer lo que creía su deber. Se había levanto, ido al baño, había tomado algo caliente y cuando se sentó en el sillón de la sala de estar, se recostó como si hubiera perdido el sentido.
Desde la puerta de entrada la llamó pero sólo respondió con un murmullo. Cerró rápidamente y se dirigió hacia donde estaba.
-¡Dios que te conoció! ¿Qué es esto?
Estaba en salto de cama y con una bata lo suficientemente gruesa como para no sentir frío. Estaba ardiendo.
-¡Joder! ¿Puedes sentarte bien?
-Ummmm, más que una respuesta era un murmullo y un movimiento de cabeza. La ayudó a sentarse. Fue rápidamente a la habitación y trajo una manta. En el armario buscó otro salto de cama y lo sacó, también buscó otra bata.
-Espera un minuto, cielo.
Se fue rápidamente a la cocina, colocó en un recipiente el equivalente a un vaso de leche. Encendió el fuego , por otra parte buscó unas aspirinas y la miel que tanto gustaba a ambos. También afortunadamente tenían en el frigorífico un tubo de gengibre, preparó un vaso , más bien un jarro con asas. Cuando la leche estuvo a punto la echó en el jarro, echó una buena cucharada de miel, un poco de gengibre y un buen roción de brandy. Lo cogió todo y se fue hacia el salón.
-Vamos a ver, las aspirinas.
Ella las cogió y se las metió en la boca.
-Y ahora a beber. Sin protestar, ¿eh? Burra, que a veces eres más burra que los rocinos de tu pueblo.
Con el rostro medio de protesta, los ojos le estaban dando las gracias. Sabía que lo que decía era verdad. Era muy cuidadosa hacia lo de fuera , pero no siempre hacia si misma.
Entre gestos de satisfacción y de poner cara de amargura por los distintos componentes del mejunje, se fue tomando la bebida.
Mientras tanto él había ido al cuarto de baño, empezó a llenar la bañera a una temperatura adecuada, soportable. Preparó la ropa, preparó las toallas, volvió al cuarto de estar. La lenvantó y le dio la mano.
-Ven.
-¿Eh?
-Ven, te digo.
Ella , un tanto sorprendida obedeció. Llegaron al cuarto de baño, ya caliente por efecto de la estufa y el agua y la sentó en una silla.
-Bien, ahora, primero, la bata. Tranquila, yo te abrazo para que no tengas frío.
Se quitó la bata y la puso en el cesto de la ropa, en este caso más que sucia empapada en sudor. El salto de cama, la ropa interior, y quedó desnuda. Debido al efecto interior de la bebida y al exterior del calorcito del baño no temblaba.
El también se quedó en la ropa mínima. La metió poco a poco en la bañera, como solían hacer cuando se bañaban. Acabó de desnudarse completamente, entró en la bañera y la abrazó.
Tenía una especie de esponja con la que la iba friccionando poco a poco. Empezó a sudar. Parecía ir saliendo del sopor paso a paso. El se puso de pie. La levantó y le dijo que pusiera una mano contra la pared para no caerse. La fue enjabonando y la friccionaba con la esponja. La cara de dolor y sufrimiento que tenía cuando él llegó se fue relajando e iba poniendo un rostro de bienestar.
De arriba hacia abajo, por delante y por detrás, no quedó rincón de su cuerpo que no hubiera recibido el restriego del jabón y la esponja.
Con el tubo de la ducha le fue quitando la espuma. Todavía en la bañera le pasó un gran toallón y con toda la mimosidad del mundo la fue secando. Ella se dejaba hacer, era realmente placentero.
Una vez seca le fue colocando las distintas prendas dejándola muy abrigadita. El se duchó rápido y se vistió con lo que también se había preparado.
-Y ahora a la cama.
-Sí, por favor.
La llevó hasta la cama y la hizo acostarse. Bien tapada, en menos de cinco minutos quedó frita.
El mientras tanto se preparó algo de comer, y comió al tiempo que de vez en cuando iba hasta la cama para ver cómo iba todo.
Serena, durmió la tarde y al día siguiente , domingo, a las nueve de la mañana despertó.
-Buenos días, amor...
-Ahhh, ¿ya estás despierta?
-Siiiiii... ¿no has dormido?
-Bueno, lo que te dejan los niños chicos cuando están enfermitos.
-¿Enferma yo?
-¿No me dirás que no te acuerdas de lo que tuve que hacer cuando volví?
-¡¡¡¡Eh!!!!! No me acuerdo de nada.
-¡Oh, no!
Ella sonreía con un rostro lleno de la mayor picardía de mundo. El se había tapado el rostro con las manos.

-¡Claro que me acuerdo, cielo! Gracias-. Y comenzó una sesión de besos de lo que no está escrito en los libros. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario