jueves, 12 de mayo de 2016

AMOR MAS ALLA DE LA MUERTE

La llamaba con la desesperación del náufrago que busca un bote salvavidas. Sabía que era la única persona en este mundo capaz de sacarle del pozo sin fin en que se encontraba.
                          La llamaba, pero ella no respondía a su llamada. Era de la condición de los ángeles y los ángeles se encuentran demasiado cerca del cielo y demasiado lejos de los humanos, consideraba, como para atender tales minucias.
                          Se ahogaba en su propia podredumbre, en su propia miseria. Tendía al pesimismo. Ya había dejado de esperar esa ayuda que necesitaba. Había dejado de luchar. Ante sus ojos se abría el pozo profundo y sin resquicio de luz de la muerte.
                          -¡Trágame! -, pensaba. No iba a tirarse de cabeza en él, pero se dejaba llevar como las hojas montan en el viento y se dejan transportar allá donde el viento quiere.
                          Había empezado a resbalar por el agujero, sentía como flotaba en el vacío y como se iba hundiendo en el pozo, cuando una fuerza superior a sus fuerzas le arrastró hacia arriba.
                          Cuando abrió los ojos estaba tumbado en un extenso prado florecido. Se incorporó, miró alrededor. ¿Era aquél el prado que dicen se ve cuando se nace a la otra orilla?
                          Se abofeteó la cara, puso la mano sobre su pecho, y le dolía. No parecía que estuviera muerto, que fuera espíritu.
                          ¿Qué era aquello entonces? Alguien se acercaba. Se hizo la visera con las manos y la vio. Llegaba fresca y radiante, vestida del blanco inmaculado de los seres celestiales.
                          Su sonrisa traspasaba el corazón más dolorido que existir pudiese. Su miraba curaba las más profundas heridas. Su visión era alimento para el alma, pero ella, previsora como diosa del amor y de la vida, traía alimentos para el cuerpo. El no podía hablar. La emoción le había dejado mudo. Se conformaba con mirarla.
                          Cuando ella terminó de preparar el ágape, le dio el primer bocado. Sabía a felicidad. Se prometió a sí mismo dedicar toda su vida a aquella figura celestial. Por una vez en la vida tomaba una decisión.
                          Su muerte se produjo a edad avanzada. Ambos amantes fueron depositados en el mismo féretro. Su amor había sido tan fuerte que ni la misma muerte había podido separarlos.

                    ANTONIO DUQUE LARA   

                           

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