jueves, 12 de noviembre de 2015

La guitarra

LA GUITARRA


        El concierto estaba programado para las ocho de la tarde. Como siempre, en estos casos, la gran sala oficial en que se iba a desarrollar el acto estaba repleta de público, bien compuesto, elegante, maravillosamente atildado para el evento.
        Joaquín se encontraba un poco cortado. Sus vaqueros medio raidos y sus zapatillas de tres años atrás le daban un aspecto extraño, casi de pedigüeño asqueroso. Si a eso unía su cara cadavérica de opiota empedernido y borrachín de barrios bajos, el contraste no podía ser más evidente.
        Mientras desde el fondo oscuro de sus ojos iba observando a la gente que le rodeaba, una sonora ovación le asustó y le sacó de su ebrio sopor de marihuana y coñac.
        Un hombre de unos cincuenta años, bajito, regordete y lustroso, salía desde el fondo aterciopelado del salón, con una guitarra en la mano. Su traje, le pareció a Joaquín, era uno de tantos de los que se veían en la ciudad cuando un grupo de gentes pertenecientes a cualquier extraña agrupación acudía a la ciudad.
        Lo único que le llamó la atención de traje tan vulgar fue la corbata. No era una corbata normal. Ni la corbata convencional de los burócratas de turno, ni la odiosa pajarita de las recepciones oficiales. Aquello era distinto. Desde el trasfondo del cuello le salía hacia adelante un hermoso lazo de color rojo. Le pareció un lacito de niña encopetada en domingo cuando pasea al lado de su hombre y quiere dar la nota.
        - Encantador, pensó Joaquín. Me lo comería a besos y luego me ahorcaría con su corbata.
        Intentó mirar el programa de mano y saber quién era aquel tipejo extraño que iba a deleitar sus sucias orejas. Estaba tan aturdido que decidió llamarle Ernesto. Sabía que no era su nombre pero, al fin y al cabo , daba lo mismo. Allí lo único importante era la música, maravillosa droga que no había que aspirar y no quemaba los pulmones.
        El estúpido aplauso dejó de sonar y el silencio que le siguió olía a cementerio.
        La guitarra, maravilloso cuerpo de mujer desnuda, se encaramó entre las manos del artista. Con un golpe seco se rasgaron sus entrañas y de su boca las notas volaron como palomas buscando libertad.

...GRANADA...

        Granada, rojo atardecer de la Vega. En lo alto de la Alhambra, desde las misteriosas ventanas del Salón del Trono, cúpula ascensional y mocarabérica, observaba al Paseo de los Tristes. Allá al fondo, río Darro incluido, una suave niebla se levantaba sumergiendo al visitante en un éxtasis sensual perfecto.
        A los pies del monumento, sentado delante del Bañuelo, lo miraba en su plena majestuosidad. El cielo estrellado le traía a su lado el recuerdo del cuerpo ardiente de su amada.
        Subió por las estrechas callejas hasta la Plazoleta del Beso. Rosa le hablaba quedo al oido. Los besos habían agotado las palabras y sólo la mente volaba por encima de los picos nevados de la sierra. Una luz indecente vigilaba sus caricias. Por debajo de la luz una especie de extraño garabato se reía de ellos.
        - Es un número, decía Rosa.
        - ¡Que no! ¿No ves que es un paraguas?
        - Oye, tú estás borracho.
        - ¿Que yo estoy borracho? Oye, tú, ninfómana, no te pases...
        Herido en su machismo a ultranza por las palabras de Rosa, quiso levantarse y dar unos pasos hacia adelante. En su estúpido deseo de querer demostrar que estaba sobrio, fue directo hacia la fuentecilla que había en el centro de la plazuela. Rápidamente pudo sujetarse, pero a punto estuvo de caer de bruces, a no ser por el brazo de Rosa. Gracias a ella sólo su cabeza recibió un buen chapuzón.
        - ¡Por todos los diablos! Esto no estaba aquí antes, gritó. Rosa no pudo contener la risa. Lo acarició dulcemente en el pelo, lo besó largamente y haciéndole eco a las estrellas decidieron dar un paseo.

...RECUERDOS DE LA ALHAMBRA...

        - Oye, ¿este cacharro funciona?
        - Claro, hombre. ¿Ves lo malo que parece? Pues con este cachibache he hecho mis mejores fotografías.
        - Tú, que eres profesional, rió Joaquín.
        - Venga, vamos, que tengo ganas de salir guapa en las afotos.
        Con su aspecto de turistas desnutridos subieron la larga cuesta que los llevaba a la entrada de la “Casa Roja”
        El agua, eterna compañera del sueño, corría por los arrayanes y los surtidores. El cielo estaba límpio y el calor era sofocante. Perdidos en una de las tantas salas del monumento, Rosa se sentó en una de las ventanas que daban a los patios.
        - Así, quieta, dijo Ignacio. ¡Preciosa!
        Como por encanto, con la velocidad del gamo, Joaquín se arrodilló ante Rosa y con su mano en los labios formaron una pareja escultórica.
        En ese momento el flash iluminó la estancia y una sonora carcajada brotó de sus gargantas. 

LA GUITARRA II
...CAPRICHO ARABE...

        - Mira, allí viene Juan. ¡Juan, Juan!
        - ¡Hola, golfantes! ¿Qué haceis aquí?
        - Pues nada. Esperándote, contestó Joaquín.
        - Con que esperándome. ¿Y esos cubatas , qué?
        - ¡Hombre!, respondieron al unísono Rosa y Joaquín, ¿Están tan baratos!
        Los tres rieron de lo lindo y empezaron a beber como cosacos. Aquella noche la cena fue buena y copiosa. Las chuletas que Rosa había traido de su pueblo se las comieron con la velocidad del rayo.
        Dado el estado de embriaguez de Joaquín, le sentó mal la comida. Y lo malo, pensaba, es que mañana nos espera el jefe para el examen. Para eso estoy yo, para Infiernos.
        - Sinvergüenza, le gritaba Rosa desde la cocina. ¿Para eso traigo yo las chuletas, para que tú las desperdicies con tus vómitos?
        - Rosita, Rosita, de verdad, yo no quería. Eso es, sí señor, decía con su lengua estropajosa Joaquín. Eso es, ¡Hip! Si yo...!Hip! Eso es, es la coño-cola la que tiene la culpa. Los voy a demandar, ....sí señor....
        Entre Juan y Rosa lo metieron en el baño y le dejaron caer el agua fría de la ducha sobra la cabeza.
...SERENATA INGENUA...

        - Bueno, titis, ahora a bailar.
        La noche era fría, pero el vino que bebieron durante la cenales hacía sentir en el cuerpo un calorcillo especial.
        - Pero Joaquín, le susurraba Carmela al odio, que tengo que ir a dormir a mi casa.
        - De eso nada, chati. Tú esta noche duermes conmigo.
        - Sí, eso es lo que tú quisieras. ¡Que no, que me voy!, contestó Carmela entre sensual e ingenua.
        - Sí, sí, ya te aguardarías. Además ¿para que te salgan los lobos y te despedacen por el camino? ¿no te sirvo yo, gatita?
        En un diálogo de alucinados, Carmen se dejó convencer en su púdica vergüenza. Joaquín sabía que si terminaba con ella en el catre no iba a ocurrir nada. Estaba preparado y tampoco le apetecía demasiado comprometerse a tanto con aquella mujer, pero le resultaba divertido la idea de romper los esquemas de puritana tan especial. Sentía aprecio por ella, pero quería demostrarle que la vida no se encerraba en aceptar el orden establecido de forma tan cerrada y estricta. Siempre cabía un margen de ocio lo suficientemente amplio como para que no hubiese ningún tipo de peligro en los esquemas prefijados por la sociedad. Al fin y al cabo los hombres no eran tan lobos como ella decía.
        Entre risas y acaramelamientos, las tres parejas subieron , Cuesta Chapiz arriba, hacia el Sacromonte.

...EL BOLERO DE RAVEL...

        Joaquín y Carmen se despistaron de los demás. Se perdieron en la pista lenta que había en la cueva y, como dos carneros enamorados, enlazaron sus cuerpos al ritmo suave de la música.
        - Oye, so fea. Eres una mentirosa.
        - ¿Que yo soy una mentirosa?
        - Sí, so choriza. Me has engañao.
        - ¿Ah, sí?, respondió Carmela haciéndose la interesante.
        _ Sí. Porque sabes bailar mejor que yo. Y ahora te toco el culo.
        - ¡Quieto!, dijo ella riendo.
        - Anda, tonta....
        Cualquiera que estuviera observando la escena diría que la pareja estaba entrando en trance. Pero cuando Joaquín bajaba la mano por la espalda de Carmela para acariciar su sugerente trasero, ésta, en un rapto de inspiración, se le desplomó en los brazos llorando.
        - ¡Eh! ¡Vamos!, decía Joaquín mientras la arrastraba hacia uno de los apartados de la sala. Le dio un pañuelo medio sucio y la sentó a su lado.
        - Leche, tampoco es esto, pensaba Joaquín. Que no la voy a violar. Siempre tiene que dar la nota... ¿Será posible?
        - Vamo, ¿qué pasa?, dijo un poco furioso en su mala lucidez.
        En su histerismo lloroso, Carmela fue desgranando toda una serie de cosas que Joaquín no entendía. La hermana, el novio, el no sé qué de un rapto.
        - ¡Ay! ¡Mi hermana es muy desgraciada! ¡Cabrón! Que na más que eso es mi cuñao, un cabrón.
        - Bueno, bueno, no es para tanto. Mira, ahora no entiendo nada de nada. Me lo explicas mañana ¿vale? ¿Así vamos a celebrar la quiniela?
        Entre tanto, las otras parejas se acercaron a ellos, encontrándolos en un diálogo deshilvanado y borracho en el que cualquiera que no estuviera igual se hubiera reido de lo lindo.
        - Vaya par de tórtolos. Nosotros buscándolos y ellos aquí pegándose el lote, dijo Antonio.
        - Si supieras, seguro que no dirías eso.
        - ¿Qué ha pasado?
        - ¿Qué ha pasao? No, na de na. La muchacha que se ha puesto histérica y ha empezado a llorar.
        Mientras les fueron explicando lo ocurrido, salieron a la calle y una fría bofetada de la noche les refrescó la mente a todos.

...EL AMOR BRUJO...

        La habitación era lo suficientemente amplia como para albergar una cama, una mesita de noche, un armario y un flexo.
        - ¿Tienes un pijama?, preguntó Carmen mientras Joaquín se desvestía.
        - ¿Un pijama? ¿Para qué quieres un pijama?
        - ¿Para qué va a ser? ¡Para ponérmelo!
        - ¡Ah! Claro, claro... Sí, debajo de la almohada está.
        Mientras Carmela se iba al cuarto de baño a cambiarse, Joaquín se metió en la cama y la esperó totalmente alucinado.
        - Se está bien aquí, dijo Carmela al volver, metiéndose en la cama contra la pared. ¿Tienes música? ¿Qué tienes?
        Joaquín alargó la mano hacia el cajón de la mesita y sacó varias cintas de casete.
        - Rasmaninov, Bettoven, Albéniz, Falla....
        - Pon a Falla, por aquello de que estamos en Granada.
        Tonta hasta el final, pensó Joaquín poniendo la música.
        En la radio-casete empezaron a sonar los primeros compases del “Amor Brujo”. Mientras tanto Joaquín se fumó un cigarrillo y entablaron una charla entre animada y tonta. Joaquín apagó la luz azulada del flexo. En la oscuridad del cuarto y a los acordes de la música, Eros entró por la ventana. Las manos de Joaquín comenzaron a palpar las ropas asustadas de Carmela. Entre tiras y aflojas, reproches y risas, las manos se deslizaban por el cuerpo de la muchacha.
        De pronto, un ruido estrepitoso hizo venir al cuarto de Joaquín a sus compañeros de piso.
        - ¿Qué ha pasado?, preguntaban mientras encendían la luz.
        - Un terremoto. ¡Ahhhhhh! , respondieron desde el suelo.


        Tras los últimos compases de “Los Rumores de la Caleta” estalló un estruendoso aplauso. El hombrecillo de la cinta roja en el cuello saludó al público radiante de felicidad.
        Joaquín se enderezó como pudo y salió a la calle. Caminaba hacia la Judería, que lo esperaba con los brazos abiertos. En su estado no veía nada ni a nadie de lo que le rodeaba.
        Al torcer una de las esquinas se quedó mirando sorprendido. Aquel no era un ser de este planeta. Medias plateadas y con calados sugerentes, falda lujuriosamente corta y una blusa ajustada hacían resaltar una especie de ojillos que se encendían y apagaban en lo que alguien diría que no era sino un prominente pecho de mujer.
        - Oiga, ¿qué planeta es éste?, preguntó tocando uno de los botones. Una sonora bofetada lo tumbó en el suelo mientras la calle estalló en una carcajada grandiosa. A los pocos segundos, su amigo Mustafá y la Niña de la Mochila Azul le levantaron del suelo.
        - ¿Qué te ha pasado?, le preguntaron.
        - ¿Eh? ¿Dónde estoy?
        - Aquí, en la calle Deanes, junto a Plateros.
        - ¿Qué ha pasado? Pues no lo sé, tios, no lo sé. Pero nunca creí que con una guitarra se pudiera flipar tanto.


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