martes, 2 de junio de 2015

KENJI MIYAZAWA

POEMA

VACIO  DISOLVENTE
                        Eine Phantasie in Morgen

El cobre fundido de la mañana aún no deslumbra,
el nevado halo solar aún no arde,
solamente la línea del horizonte,
teñida de índigo cobrizo,
desde mucho antes se balancea
aclarándose ahora,
oscureciéndose después,
medio escondida,
medio turbia.
Yo voy caminando por entre dos
nuevas y frescas hileras de gingkos.
En una de las ramas hay colgado
un maravilloso muchacho cristalino
convertido ya casi en triángulo
a cuyo través pasa el cielo.
Como esto no es nada extraño
yo voy, como siempre, silvando
y andando a zancajadas.
Las verdes hojas de los árboles
tiemblan límpidamente.
El mundo es un paisaje
dentro de una botella de alcohol puro.
El eterno azul del cielo
asoma acá y allá
por entre las resquebrajadas
cortinas de brillantes nubes,
y al poco me llega el olor puro
del cohombro celeste.
A proposito, he andado demasiado,
los árboles han desaparecido súbitamente
y se ha abierto el camino
a un ámplio y feraz prado.

deslumbrantemente verde.
Eso es, las alamedas
quedaron dos millas atrás.
En medio de las estrías verdinosas
parecen soldados en una mañana de instrucción.
La alegría borbollonea en la mañana,
se escucha el canto de la alondra cristalina,
y esas transparentes ondas de alegría
se expanden por el cielo
fundiendo las nubes en azul,
dejándolas convertidas en redondas albóndigas
de parafina,
flotando dulcemente en el firmamento.
El horizonte tiembla contínuamente,
a lo lejos se distingue con claridad
venir andando un caballero de gris,
rojinarigudo,
acompañado por un perro blanco
del tamaño de un caballo.
        (¡Hola, buenos días!)
        (Hola, buen día, ¿eh?)
        (¿A dónde se dirige? ¿De paseo?
        ¡Sin duda! A propósito, al parecer el otro día
        murió Zannentaru.
        ¿Lo sabía?)
        (No, en absoluto.
        ¿Zannentaru?)
        (Dicen que se intoxicó con una manzana)
        (¿Con una manzana? ¡Ah...!
        Eso que se ve allí, ¿verdad?)
De esta esplendorosa tierra azulada
se elevan silenciosos los manzanos
de dorada fruta.
        (Se la comió con la piel dorada y todo)
        (¡Qué pena de hombre!
        Debieran haberle dado nitrato
        mezclado con agua)
        (¡Nitrato! Echándole en la boca
        a la fuerza... Pues no está mal)
        (No, no, eso no es posible.
        No puede ser.
        Lo mejor ha sido que se muriera.
        El destino, que se dice.
        Un deseo de la Providencia.
        ¿Era, por casualidad, pariente suyo?)
        (Sí, sí, bastante, bastante alejado...)
¿Con qué leche estará jugueteando?
Miren aquel caballo de perro blanco
lo lejos que se ha ido.
Parece un ratoncillo de lo lejos que está.
        (¡Ah! Mi perro se ha escapado...)
        (Aunque lo persiga no lo alcanzará)
        (No puede ser, vale mucho el bicho.
        Tengo que pillarlo.
        ¡Condiós!)
Aumentaron las manzanas
y además crecieron.
Yo no soy más que una hormiguita
bajo el gigantesco lepidodendro
del carbonífero.
Sí que han corrido aquel caballero y su perro.
Por el Este el firmamento
tiñe de ámbar los troncos del manzanal
flotando en el ambiente un tenue olor
a almendras amargas.
El tiempo, en un instante, puso cara de tormenta.
¡Qué lejano está el cielo!
¡Qué inmensa profundidad!
La alegre alondra ya hace tiempo
que se la tragó el firmamento.
Seguramente tiemblan sus delgaditas alas,
pobrecita,
derrumbada sobre el frío suelo
de berilo celestial.
Pero bien mirado, aquí tampoco está
la situación para bromas.
Los tremendos espíritus de los pintores
cruzan velozmente por todos sitios,
tiñéndose las nubes del rojo intenso del litio,
yendo y viniendo la luz agudamente.
La hierba parece transformarse
en castañizas algas marinas
y alrededor todo es un prado de nubes
arrasado por el fuego.
El bambolear del viento es un remolino amarillo,
el firmamento cambio constante.
                        ¡Hiriente soledad!
        (¿Qué le ha ocurrido, Reverendo?)
El hombre es demasiado alto.
        (¿Se encuentra enfermo?
        Tiene su Reverencia mal aspecto)
        (Nada, gracias.
        No ha pasado nada.
        ¿Con quién hablo?)
        (Con el guarda forestal)
¡Qué extraña mochila, tan cuadrada!
Estará llena de estomacales, ácido bórico
y otras cosas por el estilo...
        (Ah, sí...
        En un día como éste su trabajo debe ser bastante árduo)
        (Gracias.
        A medio camino me encontré con un
        caminante indispuesto)
        (¿De quién se trata?
        (Un gran señor)
        (¿Con la nariz roja?)
        (Así es)

        (¿Atrapó al perro?)
        (Eso dijo al expirar,
        pero el perro estará ya a quince leguas.
        Ciertamente era un buen perro.)
        (Entonces, ¿ya murió?)
        (No, se curará con el rocío.
        Lo que se dice un tiempo amarillo
        de asfixia.
        ¡Uff, qué viento!)
El viento es terrible.
En cualquier momento se puede uno derrumbar.
Parece como si un huevo de avestruz
se hubiera podrido en el desierto.
Contiene cloruro de hidrógeno
y también
anhídrido sulfídrico.
En una palabra, que son corrientes atmosféricas
que vienen del cielo
que al chocar producen un remolino
de olor sulfuroso...
Dos corrientes atmosféricas
que producen olor sulfuroso...
Dos corrientes atmoféricas
que producen olor sulfuroso...
        (¡Animo! ¡Oiga! ¡Animo...!
        ¡Oiga! ¡Oiga! ¡Animo...!
        ¡Al final se desmayó!
        Eso es, se desmayó...
        Entonces, cogeremos su reloj)
¿Cómo puede decirse guarda
metiendo la mano en mi bolsillo?
¿De qué sirve un guarda como tú?
¡Se lo suelto!
              ¡Se lo suelto!
                          ¡Se lo suelto!
                                       ¡Se lo...!
Llueve.
Gracias, gracias.
¡Alabado sea Dios!
¡Lluvia!
¡Gases malditos, desapareced!
        (¡Animo! ¡Animo!
        Ya ha pasado todo)
¿Qué dices? Ahora verás cuando me levante .
        (¡Cállate, salteador de caminos
        de las horas amarillas!
        Eres un sargento Tenaldi errabundo
        tú.
        ¿Cómo te atreves a reirte de la gente?
        ¿Qué guarda eres tú, eh, dí?)
Te lo has merecido.
Se ha encogido,
ha empequeñecido,
se ha secado.
Sólo ha quedado la mochila.
Se ha convertido en un pedazo de turba.
Ese es tu destino, turba desagradable.
¿Qué tendrá en la mochila?
El guarda es un pobre desgraciado.
Sólo tiene una lata de cangrejos Kamchatka,
una bolsa de arroz,
un único zapato mojado
y la cadena de oro del caballero rojinarigudo.
¡Bah! ¡Una estupidez! ¡Qué buen vientecillo!
Verdaderamente un maravilloso vientecillo
líquido.
        (¡Hu....y! ¡Alabado sea Dios!
        ¡Alabado sea por siempre!
        ¡Hu...y! ¡Qué rico vientecillo!)
El cielo está tan claro
después de la limpieza de toda la basura
que la luz no para en ningún sitio,
por eso se ve tan negro.
A pesar de que el Sol se ha ido
estoy viendo el cielo luciente de estrellas.
Especialmente la nebulosa Magallanes.
La hierba ha recuperado su color verde.
El líquido de la luna, rico en dextrosa,
palpita en las venas.
El pedazo de turba parece murmurar algo.
        (Oiga, Reverendo,
        mire aquella nube tan veloz.
        Parece un caballo de carreras celestes)
        (¡Hummm! ¡Qué hermoso!
        ¡Una nube! ¡Una carrera de caballos!
        ¡Eso es! ¡Un caballo de carreras celestes!
        ¡Una nube!
Cambia a todos los colores habidos y por haber.
...No da tiempo ni para admirarla.
Los colores del arco iris se difuminan.
Ahora se convierten en una masa de ligero vapor.
Y en el vacío disolvente,
a dos mil grados bajo cero,
todo desaparece en un instante.
No es momento de pensar en eso...
¿Dónde estará mi bastón?
También ha desaparecido la chaqueta.
El chaleco acaba de desaparecer.
El terrible y tristísimo vacío disolvente
ahora me trabaja a mí.
Se diría el estómago de un oso
Pero las reglas dicen que nada
disminuye ni cambia ni se transforma.
Por eso todo sigue igual.
Sin embargo sí que es triste,
manteniéndose en plenas facultades
mentales,
yo, de oficio Pastor,
ver como todo se borra sin cesar
de mi mente.
        (¡Hola! ¡Qué casualidad!)
        (¡Hombre! ¡El señor rojinarigudo!
        ¿Encontró por fin el perro?)
        (Gracias, pero ¿qué le ha ocurrido?)
        (He perdido mi chaqueta y tengo mucho frío)
        (Ah, ¿sí? Pero
        ¿no es esa su chaqueta?)
        (¿Cuál?)
        (La que tiene usted puesta)
        (¡Pues es verdad! ¡Ajá!
        Un truco del vacío....)
        (Sin duda. A propósito, esto es muy
        extraño.
        Esa es mi cadena de oro
        (Exacto. Es obra de ese pedazo
de turba del guarda)
        (¡Ah! Un maravilloso truco
        de la turba)
        (Efectivamente.
        El perro estornuda mucho, ¿está bien?)
        (No pasa nada.... Siempre está así)
        (¡Qué grande!)
        (Es un perro polar)
        (¿Se puede usar como caballo?)
        (¡Por supuesto! ¿Quiere probarlo?)
        (Muchas gracias. Vamos a probarlo)
        (Por favor)
Efectivamente, monto en el perro polar
y echo a andar hacia el Este
como el dios de los perros.
La hierba deslumbra,
la sombra es la de los viajeros
por un desierto verde.
Al poco aparecen las hileras de los gingkos
y en sus delicadas y rectas ramas
sigue colgado un hermoso muchacho
de cristal triangulado.


Un poema realmente muy especial en un hombre que se suele considerar escritor para niños pero que no tiene nada de eso.
Educador, enseñante de agricultura, tremendo creyente que absorbió buena parte de la cultura y ciencia occidental, un hombre único a caballo del siglo
xix y xx en Japón.

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