martes, 12 de mayo de 2015

Vía Láctea 1

EL TREN NOCTURNO DE LA VIA LACTEA
KENJI MIYAZAWA

CLASE VESPERTINA


- ¡Bueno, chicos! ¿Sabéis cómo se llama en realidad esta cosa blanquecina, transparente, a la que lo mismo se le llama río que corriente de leche?
El maestro preguntó a la clase mientras señalaba en la pizarra, sobre un mapa de constelaciones, un punto blancuzco que, de arriba abajo, se extendía como el ovillo de la Vía Láctea.
Campanella levantó la mano y, tras él, también lo hicieron otros cuatro o cinco muchachos. Giovanní iba a levantarla también, pero, a toda prisa, la volvió a su sitio. Efectivamente, todos habían leido en alguna ocasión, en alguna revista, que aquello era una estrella. Giovanni, por su parte, últimamente se dormía en la clase, además no tenía tiempo para leer libros y tampoco libros para leer, por lo que tenia la impresión de no entender absolutamente nada. Sin embargo el maestro se había dado perfectamente cuenta de su gesto.
- Giovanni, tú lo sabes ¿verdad?
Se levantó a toda prisa pero no pudo responder con claridad. Zaneri, en los primeros asientos, se volvió hacia él sonriéndose burlonamente. Giovanni, un tanto angustiado, se puso coloradísimo. El maestro dijo:
- Con un telescopio podemos investigar la Vía Láctea. Pues bien ¿de qué está formada la Vía Láctea?
"De estrellas", pensó rápidamente Giovanni, pero tampoco esta vez pudo responder con la celeridad debida.
El maestro, un tanto preocupado, volvió la vista hacia Campanella.
- ¿Campanella?  
Campanella, que tan vivamente había levantado el brazo, tampoco, tal como estaba, de pie, con aire confundido, pudo responder.
El maestro, extrañado, miró fijamente durante unos instantes a Campanella.
- Está bien -, terminó diciendo y se puso a señalar el mapa - Mirando con un gran telescopio hacia esta blanquecina Vía Láctea se puede comprobar que está formada de una gran cantidad de pequeñas estrellas ¿Verdad, Giovanni?
Giovanni, coloradísimo, respondió con una leve inclinación de cabeza si bien, al poco , se le llenaron los ojos de lágrimas.
- "Eso es, yo lo sabía. Por supuesto que Campanella también lo sabía. Un día lo leí en una revista, con Campanella, en su casa. No sólo eso, cuando leíamos la revista sacó un gran libro de la biblioteca de su padre. Abrió por una página que ponía VÍA LÁCTEA y vimos una página negra en la que había una fotografía bellísima llena de puntos blancos. Eso es algo que Campanella no puede haber olvidado, sin embargo no ha respondido rápidamente porque sabe que yo últimamente tengo un duro trabajo por la mañana v por la tarde y, aunque vengo a la escuela, apenas puedo hablar con él. El lo sabe y por eso, a propósito, no ha contestado"
Cuando terminó de pensar en aquellos términos sintió una pena enorme de si mismos que le invadía hasta lo más profundo, hasta el punto de parecerle casi insoportable.
- Bien, si pensamos que esto que hay aquí es un río, cada estrellita sería un grano de arena o una piedrecita. Si pensamos que es una gran corriente de leche, se parecerá mucho más a un río celeste. Dicho de otra forma, cada estrella sería una gota de aceite bailando en la leche. En tal caso lo que correspondería al agua del rio sería el vacío, una cosa por donde se transmite la luz a una cierta velocidad. Ahí, en ese vacío, también están flotando el Sol y la Tierra. En una palabra, nosotros vivimos flotando en el agua del río celestial. Mirando desde dentro del agua del río hacia los cuatro puntos cardinales, conforme más profunda es, más azul se ve. De la misma forma, mientras más lejos, mayor cantidad de estrellas se ven en el fondo del río celeste, por lo que se puede ver de un color blancuzco transparente. Mirad esta maqueta -, dijo el maestro, señalándoles una gran lente, convexa por ambas caras y llena de gran cantidad de piedrecitas brillantes.
- La Vía Láctea tiene justamente esta forma. Imaginad que cada piedrecita que veis brillando es, lo mismo que nuestro Sol, otra estrella que tiene luz propia. Nuestro Sol se encuentra más o menos en el centro y, muy cerca, se encuentra la Tierra. Imaginemos que es de noche y nos ponemos aquí en medio y echamos un vistazo dentro de la lente. Hacia este lado la lente es muy fina y apenas hay piedras que brillen, en otras palabras, casi no se ven estrellas. Hacia este y aquel lado, la lente es más gruesa por lo que brillan las estrellas, o sea,se ven estrellas. Esto que se ve al fondo, blancuzco y difuminado es a lo que en la actualidad llamamos Vía Láctea... Bien, como ya es la hora, en la próxima clase de Ciencias hablaremos de las dimensiones de la lente y de la variedad de estrellas que se encuentran dentro. Hoy, como sabéis, es la fiesta de la Vía Láctea. Salid esta noche a la calle y observadla detenidamente, y ahora recoged los libros y terminamos por hoy.
Durante unos minutos ya no se oyó en la clase más que el ajetreo de tapas de pupitre, el amontonamiento de libros... Al poco todos los niños, firmes en sus sitios, hicieron el saludo de despedida de rigor al maestro y salieron de la clase.



LA IMPRENTA


Al salir Giovanni a la puerta de la escuela, en un rincón del patio, reunidos bajo un cerezo, con Campanella en medio, se encontraban siete u ocho chicos de la misma clase que aún no habían regresado a casa. Al parecer hablaban de ir a recoger calabazas ya que por la noche iban a echar luces a la corriente del río. Giovanni. sin embargo, balanceando fuertemente los brazos como si de un soldado en instrucción se tratara, salió de la escuela.
Mientras tanto en las casas del pueblo hacían preparativos para la fiesta de aquella noche. Colgaban bolas hechas con hojas de haya, colocaban luces en las ramas de los cipreses y otras cosas por el estilo.
Giovanni no volvió a casa. Dobló en la tercera manzana y entró en una gran imprenta. Saludó al señor que había al lado de la entrada, en la caja, con su amplia camisa blanca. Se quitó los zapatos, subió el escalón del zaguán y abrió una gran puerta que había al fondo. Dentro, a pesar de ser aún de día, estaba encendida la luz. Las rotativas se movían a ritmo lento...
Había trabajando una gran cantidad de hombres, unos con un pañuelo anudado a la cabeza, otros con una visera en forma de pantalla. Estos leían como si cantaran, aquellos cantaban algo...
Giovanni se dirigió a la tercera mesa que había, contando desde la puerta, y saludó al señor que había allí sentado. Este, tras buscar algo durante unos instantes en la estantería, se dirigió a Giovanni:
- Podrás preparar esto ¿verdad? -,le preguntó mostrándole un papel.
Giovanni sacó de la parte baja de la mesa de aquel señor un cajoncito plano y se dirigió al otro extremo de la sala, a un rincón al lado de la pared, bastante iluminada por la luz de las bombillas. Se arrebujó en el rincón y con unas pequeñas pinzas iba sacando los tipos uno tras otro. Un hombre, con peto azul, al pasar tras él:
- ¡Hola, buenos días, Lupito! -, le dijo mientras otros cuatro o cinco hombres, sin levantar la voz ni volverse hacia él, le echaban una fría sonrisa.
Giovanni, restregándose una y otra vez los ojos, fue sacando rápidamente los tipos. Al poco de dar las seis, después de comprobar que los moldes introducidos en el cajoncito coincidían con los del papel, se dirigió a la mesa del señor que se lo dio al entrar. El señor, sin decir palabra, lo recogió y asintió con un simple gesto de cabeza.
Giovanni se despidió y tras abrir la puerta se dirigió a la caja. Allí, el señor de blanco, sin decir tampoco palabra, le dio una moneda. Giovanni, muy contento, con mejor aspecto, hizo un riguroso saludo y cogió su cartera, dejada al pie de la caja,saliendo en un vuelo a la calle. Tras salir de la imprenta se dirigió, silbando con todas sus fuerzas, a la panadería. Compró un pan y una bolsa de azúcar en terrones, echando después a todo correr hacia su casa.



LA CASA


Al sitio donde Giovanni volvió tan alegre era una casita en una callejuela. En la primera de las tres puertas que había, a la izquierda, se encontraba una caja, plantada de plantas color violáceo, además de espárragos y otras cosas... Aún estaban echadas las persianas en las dos ventanas.
- Mamá, ya estoy aquí ¿Estás mejor? -, preguntó al tiempo que se quitaba los zapatos.
- Hola, Giovanni. El trabajo ha sido duro ¿verdad? Hoy hace un día fresco ¿eh? Yo me encuentro bastante mejor hoy.
La madre se encontraba descansando en la habitación más cercana a la entrada, cubierta con una sábana. Giovanni abrió la ventana.
- Mamá, he comprado azúcar en terrones. Pensaba ponértela en la leche.
- Tómatela tú primero, yo todavía no tengo ganas.
- ¿A qué hora se fue la hermana?
- Sobre las tres. Estuvo arreglando todo por ahí.
- ¿Todavía no ha venido la leche?
- Según parece no debe haber venido
- Yo voy a recogerla, entonces.
- No te preocupes. No corre tanta prisa. Come primero. Tu hermana ha preparado algo con tomates y lo ha dejado por ahí.
- Entonces comeré primero y después voy.
Giovanni cogió un plato de tomate de la ventana y estuvo comiéndoselo con pan a dos carrillos durante un buen rato.
- Mamá ¿sabes? A mí me parece que papá volverá muy pronto.
- Yo también lo creo, pero ¿ por qué te crees eso?
- Pues porque el periódico de la mañana decía que la pesca de este año en el norte ha ido muy bien.
- Pero bueno, puede ser que papá no haya salido a pescar.
- Por supuesto que lo ha hecho. Papá no puede haber hecho una cosa tan mala como para estar en la cárcel. En el Laboratorio de Ciencias están los cuernos de reno y el gran caparazón de cangrejo que la última vez trajo papá y que regaló a la escuela. En la clase de sexto, por ejemplo, el maestro los trae con frecuencia al aula. El año pasado, en el viaje de estudios... (La frase no está terminada en el original)
- Papá dijo que te traería una chaqueta de nutria marina en el próximo víaje ¿verdad?
- Todo el mundo me lo dice cuando me ve... Me lo dicen burlándose de mí...
- ¿Esas cosas tan terribles te dicen?
- Sí, pero Campanella, por ejemplo, no me lo dice nunca. Cuando los demás dicen eso Campanella se pone muy triste.
- Parece ser que el padre de Campanella y el tuyo son muy amigos desde que tenían vuestra edad.
- Entonces por eso papá me llevó muchas veces a casa de Campanella ¡Qué bien lo pasaba entonces! Muchas veces me acerqué por su casa a la vuelta de la escuela. Tenía un tren que funcionaba con alcóhol. Había siete pares de railes que cuando se juntaban formaban una vía redonda. También tenía postes de la luz y semáforos que sólo se ponían en verde cuando el tren había pasado. Cuando se acababa el alcóhol utilizábamos petróleo y la caldera se ponía negrísima.
- ¿Eso hacíais?
- Sí. Ahora voy a llevar el periódico pero la casa está siempre en silencio.
- Vas muy temprano, por eso...
- Sawel, el perro, está allí. Tiene un rabo que parece una escoba. Cuando llego se viene gimoteando detrás de mí hasta el final de la manzana, y a veces hasta más lejos. Esta noche pondrán todos luces dentro de las calabazas v las colocarán en la corriente del río. Seguro que el perro va con ellos.
- Ah, es verdad. Esta noche es la fiesta de la Vía Láctea.
- Sí,eso es. La veré cuando vaya a recoger la leche.
- Eso, ve, ve. Pero prométeme que no te meterás en el río.
- Sólo la veré desde la orilla. Dentro de una hora estaré aquí.
- Puedes quedarte más rato. Estando con Campanella no hay ningún problema.
- Seguro que estaremos juntos. Mamá ¿te cierro la ventana?
- Sí, por favor. Ya empieza a hacer fresco.
Giovanni se levantó, cerró la ventana, recogió el plato y el bolso del pan y se puso los zapatos muy alegremente.
- Dentro de hora y media volveré -, dijo y se perdió por la puerta en la oscura noche.



LA FIESTA DE CENTAURO


Giovanni bajó la cuesta de aquel barrio de casas en madera de cedro negrísima con una triste expresión en los labios al tiempo que parecía ir silbando. En la parte baja de la cuesta había una gran farola que iluminaba con una maravillosa luz azulada. Conforme se iba acercando a la luz, la sombra,que hasta ese momento era larga y difusa, a la espalda de Giovanni, se fue desplazando, levantando pies y agitando manos, hacia la parte frontal de éste, haciéndose profundamente negra.
- "Yo soy una gran locomotora.. Aquí va muy deprisa porque está muy pendiente. Voy a pasar esa luz... Ahora mi silueta se convierte en un gran compás. He dado una gran vuelta y se ha venido delante..." -, iba pensando Gíovanni cuando, a grandes zancadas, una vez pasado bajo la farola se encontró con Zaneri que, desviándose, salió de pronto, vistiendo una camisa de cuello apuntado,de una oscura calleja al otro lado de la farola.
- Zaneri ¿qué? ¿Vas a echar calabazas al rio?
- Giovanni, tu padre te va a traer una chaqueta de nutria marina -, le grita Zaneri por detrás como si fuera una piedra cuando aún Giovanni no había terminado de dirigirse a él.
Giovanni se quedó helado, como si todo a su alrededor fuera a empezar a chillar.
- ¿Qué pasa contigo? -, le replicó Giovanni cuando Zaneri ya había desaparecido tras el seto de una casa.
- ¿Por qué me dirá esas cosas si yo no le he hecho nada? Cuando parece un ratón al correr. Como es tonto me dice eso a pesar de no hacerle nada.
Giovanni iba muy ocupado en pensar en cantidad de cosas mientras pasaba por la calle, espléndidamente adornada de lucecitas y de ramas de árboles.
En la relojería, un buho movía los ojos hechos de roja piedra una vez por segundo. Una gran bandeja de grueso cristal color marino giraba despacio, muy despacio, repleta de joyas. También había una escultura en bronce de una persona montada a caballo que se acercaba muy lentamente desde el interior hacia el exterior... En medio, un negro planisferio redondo estaba adornado con hojas de esparraguera. Se quedó clavado contemplando aquel hermoso objeto.
Era más pequeño que el mapa que había visto durante el día en clase. Puesto al día y a la hora, cuando giraba el disco aparecían, tal como eran, las estrellas que había en el cielo dando vueltas. Ciertamente, en medio, de arriba hasta abajo,aparecía, difuminada, la Vía Láctea, lo mismo que si se tratara de un fajín. Debajo se veía como si algo hubiera estallado y hubiera levantado algo parecido al vapor de agua. Detrás había un pequeño telescopio sobre un trípode, brillando en color amarillo, y en la pared del fondo había colgado un gran mapa celeste donde se podían ver pintadas todas las constelaciones: extraños bichos, serpientes, tortugas, formas de botella etc. etc...
- "¿Será verdad que el firmamento está repleto de héroes, escorpiones y otras cosas así...?¡Cómo me gustaría andar por el firmamento!" -pensaba mientras, allí de pié, pasmado, contemplaba aquellos objetos.
De pronto se acordó de la leche de su madre y se alejó de la tienda. Iba preocupado por los hombros de su angosta chaqueta pero, a pesar de todo, sacando el pecho, agitando muchísimo los brazos, salió del lugar.
El aire, muy limpio, parecía correr como el agua por las calles y a través de las tiendas. Las farolas estaban completamente envueltas en verdísimas ramas de abeto y de roble mientras delante del edificio de la Compañía Eléctrica había seis plataneros repletos de bombillitas de colores como en la feria. Se diría que fuera la ciudad de las sirenas. Los niños, puestos todos su nuevo kimono, silbaban su canción a las estrellas:
- ¡Centauro, haz que caiga el rocío! Corrían, encendían fuegos artificiales de magnesio azulado, se divertían alegremente. Sin embargo, Giovanni, de nuevo, bajando la cabeza, pensando en otra cosa muy distinta de aquella alegría, echó a correr rápidamente hacia la lechería.
Al poco llegó a las afueras del pueblo, a un lugar donde los álamos subían tan altos hacia el cielo que parecían bailar entre las estrellas. Entró por la negra puerta de la lechería y se quitó el sombrero en la cocina que despedía un leve olor a vaca.
- ¡Buenas noches!- dijo, pero por el silencio que había dentro de la casa parecía no haber nadie.
-¡Buenas noches! Perdonen, ¿hay alguien? -, volvió a repetir, de pie, recto como un poste.
Al poco de esperar apareció, muy lentamente, una señora mayor que daba la impresión de estar enferma, murmurando entre dientes.
- Verá, hoy no han llevado la leche a mí casa y he venido a recogerla -, dijo Giovanni con toda energía.
- Ahora no hay nadie, y yo no sé nada. Ven mañana - , respondió la señora mientras, mirando hacia Giovanni, se restregaba por debajo de sus enrojecidos ojos.
- Nos hace falta para esta noche. Mi madre está enferma.
- Entonces ven un poco más tarde -, dijo la señora dándole la espalda.
- Ah, bien. gracias. Hasta luego -. respondió Giovanni saludando y salió de la cocina.
Al doblar la esquina vio, delante de unos almacenes que había en dirección al puente, la negra sombra de seis o siete muchachos mezclándose unos con otros, con sus camisas blanquecinas. Venían hacia donde él estaba, silbando, riendo, llevando cada uno una calabaza vacia con una luz dentro. Reconoció todas aquellas risas y silbidos. Eran sus compañeros de clase. Dudó un momento, quiso volver sobre sus pasos, pero rehaciéndose se dirigió hacia ellos alegremente.
- ¿Vais al río? -, iba a preguntarles, pero se quedó atragantado cuando Zanerí volvió a gritarle:
- Giovanni, te van a traer una chaqueta de nutria marina..., a lo que los demás chicos, como haciéndole eco, respondieron:
- Giovanni, te van a traer una chaqueta de nutria marina....
El muchacho se puso coloradísimo. Andaba o no , no podía decirlo. Lo que quería era irse de allí cuando vio que entre los muchachos también estaba Campanella.
Campanella, con cara de compasión, en silencio, se sonrió levemente mirando hacia Giovanni y con aspecto de preguntarse si éste no se enfadaría.
Giovanni esquivó su mirada como si huyera y al poco de pasar la superior fígura de Campanella todos empezaron a pitarle. Cuando iba a doblar la esquina se volvió y vio que Zaneri también estaba vuelto hacia él. Campanella, por su parte, se iba hacia el puente que estaba un poco más lejos y apenas si se veía más que difúsamente. Giovanni, sintiéndose terriblemente solo, echó a correr a toda prisa.
Había por allí unos crios jugando, saltando a la pata la coja y gritando. Al ver a Giovanni correr, creyendo que lo hacia porque él también se divertía, volvieron a gritar y a reirse con todas sus fuerzas.
Giovanni corría a toda prisa, subió la cuesta y, sin dirigirse a su casa, se fue hacia las afueras del pueblo, en la parte norte del mismo. Había un arroyuelo que se distinguía difúsamente correr sobre su lecho. Sobre él había un puentecito estrecho con una barandilla de hierro.
- "No tengo ningún sitio donde ir a jugar. Todos me miran como si fuera un zorro" - . pensaba mientras se paraba un momento sobre el puente para esconder sus ganas de llorar, intentando silbar mientras jadeaba. De pronto echó a correr de nuevo a toda prisa y se dirigió hacia una negra colina.



LA PILASTRA


La parte trasera de la granja era una colína suave. Bajo la Osa Mayor, la llana cima se veía extenderse más baja de lo normal, perdiéndose en las tinieblas.
Giovanni. sin parar, subió por el sendero, a través del bosquecillo empapado de rocío. El caminito se distinguía claramente por entre la negra hierba y la frondosidad de la maleza. Entre la hierba se veían azules luminarias procedentes de las luciérnagas que por allí revoloteaban. A veces se veían trasluciendo en azul.
Giovanni se acordaba de las calabazas que poco antes llevaban los muchachos. Una vez pasado el bosquecillo de pinos y robles, de pronto, se abrió el cielo ante sus ojos, viéndose de Norte a Sur, la Vía Láctea también, allá, en lo alto de la colina, empezó a distinguirse una pilastra.
Campanillas, crisantemos silvestres... Un manto de flores cubría la cima con una fragancia que se diría saliera de un sueño. Por encima de la colina atravesó un pájaro, cantando sin parar.
Giovanni llegó al pie de la pilastra, de la cima y, ardiente el cuerpo por el esfuerzo, se lanzó sobre la fría hierba.
El pueblo, iluminado, parecía, recortado en la oscuridad de la noche, una de esas famosas ciudades hundidas en el fondo del mar. También parecían oírse por todo el entorno, entrecortadas, las voces y silbidos de los chicos. El viento soplaba a lo lejos rozando levemente la hierba de la colina, enfrió la sudorosa camisa de Giovanni.
Giovanni echó una mirada, desde aquel extremo del pueblo, hacia el extenso prado, negro como la noche. Desde el fondo del prado se escuchaba el ruido de un tren que se acercaba.
Las rojas ventanitas del tren se veían pasar en una sola fila. Giovanni, a través de ellas, imaginaba ver a muchos viajeros pelando manzanas, riendo,haciendo gran variedad de cosas. Terriblemente avergonzado, volvió a elevar los ojos al cielo.
- "Ah, toda aquella franja blanca son estrellas..."

 (En el original faltan varias páginas)

A propósito, mirara por donde se mirara, aquel cielo no parecía, como había dicho el maestro durante el día, tan vacío ni tan frío. Bien mirado, lo que allí se veía era un bosquecillo . una granja, un prado... La constelación de Lira se triplicó, cuadriplicó... De ella salían y entraban pies y manos, por aquí y por allá, una y otra vez. Al final la constelación se veía alargada como un hongo. Al poco un gran conglomerado de estrellas, una blancuzca columna de humo elevándose, así le pareció ver a Giovanni hasta la ciudad que se extendía bajo sus ojos.



ESTACIÓN VÍA LÁCTEA


Giovanni observó como la pilastra que había a su espalda se convertía en una especie de pirámide y como, durante un rato, lo mismo que una luciérnaga, se encendía y apagaba.
La difusa pirámide se le apareció a la vista clara e ínamovible, levantándose recta hacia el profundo añil del cielo. Se elevaba recta hacia el campo celestial lo mismo que una plancha de acero azul recién sacada del horno.
En ese momento le pareció escuchar en alguna parte una extraña voz que decía algo así como:
- ¡Estación Vía Láctea! ¡Estación Vía Láctea! - iluminándose de pronto todo lo que había ante sus ojos como si de un golpe millones de calamares fluorescentes se hubieran fosilizado a la vez espandiéndose por todo el cielo, o lo mismo que si en una empresa de diamantes, para que el precio de estos no baje, hacen que no los cogen y, de golpe, alguien tumbara los que estaban escondidos iluminando todo el entorno.
Giovanni, al iluminarse de pronto la oscuridad, se restregó los ojos incrédulo. Cuando se dio cuenta ya hacía rato que el trenecito en que iba montado se bamboleaba con un dulce traqueteo.
Ciertamente, Giovanni iba sentado en uno de los vagones alineados de lucecitas amarillas de un trenecito nocturno, mirando hacia fuera a través de la ventana. En el vagón, los asientos de terciopelo azul iban completamente vacíos y en el muro de enfrente a Giovanni, barnizados en color gris, brillaban dos grandes botones de latón. Se dio cuenta de que junto a él iba un chico esbelto, con una chaqueta de color negrísimo, como de azabache, que habiendo sacado la cabeza por la ventana, miraba hacia fuera.
Fijándose a la altura del hombro de aquel muchacho le parecía haberlo visto en algún sitio, idea que le llenó de un profundo interés por saber de quién se trataba.
Sin pensárselo dos veces, Giovanni iba a sacar la cabeza por la ventanilla cuando el muchacho introdujo la suya y miró hacia él. Se trataba de Campanella. Giovanni iba a decirle:
- ¿Campanella, estabas aquí desde hace rato...? -, cuando éste ya le estaba explicando :
- Todos hemos corrido mucho, pero los demás se han retrasado. También Zaneri. Por mucho que han corrido no han podido alcanzar el tren.
- "Eso es, nosotros vamos ahora juntos"-, pensaba Giovanni al tiempo que preguntaba: ¿Dónde los esperamos?, a lo que Campanella le respondió:
- Zaneri ya se ha ido. Sus padres han venido a por él.
Al decir aquello Campanella daba la sensación de haber mudado de color y tener un aspecto un tanto apurado. También Giovanni se quedó callado, con una extraña sensación invadiéndole el pecho, cual si hubiera olvidado algo en alguna parte.
Campanella, sin embargo, mirando por la ventana, completamente restablecido, dijo en tono vigoroso:
- ¡Ah! ¡La hice! Me he olvidado la cantimplora y el cuaderno de dibujo, pero no importa, pronto llegaremos a la Estación del Cisne. Me gusta muchísimo ver las cisnes. Aunque vuelen muy lejos del río seguro que los veo... -, y se puso a dar vueltas a un mapa redondo como una tabla al tiempo que le echaba un vistazo.
Ciertamente, allí, bordeando la blanca estela de la Vía Láctea por su lado izquierdo, una vía férrea se dirigía hacia algún sitio en el Sur...
Algo maravilloso de aquel mapa era que tenía incrustradas sobre una tabla, negra como la noche, cada estación, señal triangular, fuente, bosque, colores azules, naranjas, verdes, de un hermoso resplandor- A Giovanni le dio la impresión de haber visto aquel mapa en algún sitio.
- ¿Dónde has comprado este mapa? Está hecho de obsidiana ¿verdad?
- Por supuesto que en la Estación Vía Láctea. ¿A tí no te lo han dado?
-¡Ah! Por esa estación... ¿Por ahí he pasado yo? Ahora estamos aquí ¿no? -, dijo Giovanni al tiempo que señalaba un poco al norte de la Estación del Cisne, escrita sobre el mapa.
- Eso es  ¡Ah!  Sobre el lecho de aquel río parece que brilla la Luna.
Al mirar hacia allá, en la pálida orilla de la Vía Láctea, las plateadas gramíneas celestes levantaban ondas de suave balanceo al recibir la caricia del viento.
- No se trata de la Luna. Brilla porque es la Vía Láctea.
Mientras decía aquello , muy contento, como si quisiera elevar el vuelo, haciendo sonar sus zapatos contra el suelo, sacó la cabeza por la ventanilla y, silbando muy alto , muy alto la "Canción de la Estrellas", se estiraba con todo su afán intentando comprobar si era agua lo que llevaba la Via Láctea.
Al principio, en todo caso, no estaba nada claro lo que era aquello. Sin embargo. conforme se iba fijando bien, más transparente que el cristal y que el hidrógeno, ya fuera debido a la regulación del ojo, lo cierto es que levantaba unas ondas de morado resplandor o, como un arco iris, brillaba un momento, sin ruido, yendo acá y acullá por el prado levantando hermosísimas señales triangulares de material fosforescente.
Las cosas lejanas se veían pequeñas, las cercanas grandes; las lejanas de color claramente naranja o amarillo; las cercanas de color pálida borroso; o bien se veía el prado brillando entero de formas triangulares, cuadrangulares, relampagueantes, en forma de cadenetas y así muchas otras formas, una tras otra.
Giovanni, tremendamente excitado, agitó la cabeza conmocionado. Verdaderamente aquellos azules, aquellas señales triangulares, cada cual a su forma, parecían respirar ora meciéndose ora oscilándose a su capricho.
- ¡Ya he llegado al prado celestial! -, dijo Giovanni.
- Y además este tren no utiliza carbón... -, volvió a comentar, sacando la mano izquierda por la ventana, echando la vista hacia adelante, a lo que respondió Campanella:
- Entonces será alcohol.
En ese momento se escuchó una voz que repetía algo así como "GO,GO", lo mismo que el sonido del chelo. Aquella voz parecía venir a responder a las palabras de los muchachos, viniendo de muy lejos, desde dentro de la neblina.
- Este tren no se mueve ni por vapor ni por electricidad. Se mueve porque está dispuesto que se mueva. Vosotros oís el sonido del traqueteo del tren , pero eso no es más que porque estáis acostumbrados a escuchar trenes que levantan sonido al moverse...
" Tracatraca, tracatraca, tracatraca..." , corría y corría sin parar el bellísimo trenecito entre las gramíneas, bamboleándose a merced del viento, por entre las corrientes de la Vía Láctea, por entre los azulados reflejos de los anuncios triangulares.
- Ya han florecido las gencianas. Estamos en pleno otoño -, dijo Campanella mientras señalaba hacia fuera por la ventana.
Entre la hierbecita que crecía al borde de la vía férrea, como si hubiera sido cortada con adularía o algo así, habían florecido unas maravillosas flores color violeta.
- ¿Qué te parece si salto rápidamente, las saludo y vuelvo a subir...? -, dijo Giovanni saltándole el corazón de gozo en el pecho.
- Imposible, mira lo lejos que están ya.
No había terminado Campanella de decir aquello cuando pasó delante de su vista otro hermoso y brillante montón de gencianas.
En un abrir y cerrar de ojos pasaban ante ellos muchos vasos de gencianas con fondo amarillo. Pasaban como si se tratara de algo que manara de alguna parte ante sus ojos. Hileras de señales como el humo que se desprende de algo que arde, levantándose acá y allá, envueltas en un hermoso resplandor...



LA CRUZ DEL NORTE Y LA PLAYA PRIOCIM


- Mi...mi...mi madre ¿me...me...me perdonará? -, exclamó de repente Campanella, a toda prisa y como tartamudeando.
-“Ah, mi madre está pensando en mí, por allí, por aquel punto amarillento que se ve allí como una mota de polvo..." -, pensaba Giovanni mientras tanto en silencio y como ausente.
Campanella, como si fuera a llorar y estuviese conteniendo las lágrimas, continuó:
- Si, de verdad, llegara un día a ser feliz, haría cualquier cosa por mi madre, pero ¿ qué es lo que haría más feliz a mí madre?
Giovanni, sorprendido,le habló casi a gritos:
- Pero tu madre no tiene nada malo ¿no es asi?
- Yo... no sé. pero... bueno, cualquiera, cualquiera, si hace algo bueno, bueno pues estupendo... Por eso creo que mi madre me perdonaría -, dijo Campanella, mostrándose como si hubiera tomado alguna importante decisión.
El interior del tren se iluminó de pronto, esplendórosamente. Observando atentamente se diría que todas las esencias del diamente, del rocío, se hubiesen juntado, que el agua del lecho de la brillante Vía Láctea corriese sin rumor, sin forma... Entre esa corriente se veía nebulosamente la aureolada figura de una isla.
En la cima de aquella isla plana se encontraba clavada una cruz tan espléndida que haría abrir los ojos desmesuradamente a cualquiera. Levantada, silente, para la eternidad, recibiendo la luz de un amarillo transparente en forma de arco, se diría colada con las heladas nubes del Polo Norte.
- ¡Aleluya! ¡Aleluya! -, se oia delante y detrás... Al volver la cabeza se podía ver como todos los viajeros de dentro del vagón, con los pliegues del vestido dirigidos rectamente hacia el suelo, con las negras biblias apoyadas sobre el pecho y un rosario de cuarzo, modestamente, las manos juntas, oraban con los rostros levantados hacia la cruz. Sin pensárselo dos veces, se levantaron a toda prisa.
Las mejillas de Campanella, lo mismo que una roja manzana madura, brillaban esplendorosamente... La isla y la cruz se alejaban poco a poco...
La otra orilla también brillaba envuelta en una leve bruma; a veces parecía como si las gramíneas se balancearan al beso del suave viento que soplaba. El color plateado se evaporaba rápidamente cual aliento que se viera escapándose de la boca. Otras veces se diría que una gran cantidad de gencianas encendían un suave fuego azulado al esconderse y asomarse continuamente entre la hierba...
Fue realmente un instante ya que, entre el río y el tren , una hilera de gramíneas interceptaba su visión... La Isla del Cisne también, apenas un par de veces se pudo ver cuando ya se podía observar alejándose hacia atrás. Al poco, a lo lejos, lo mismo que una estampa, fue desapareciendo mientras las gramíneas silbaban hasta que, al final, acabó por desaparecer.
Giovanni parecía escuchar con la mayor atención las palabras, o algo así, que le dirigía una monja que parecía católica, alta y de ojos verdes, dirigidos al suelo. La monja iba cubierta con una especie de velo caperuza de color negro.
Los viajeros volvieron silenciosamente a sus asientos. Ambos, el pecho inflamado de una nueva y triste sensación, como sin querer, empezaron a hablar quedamente.
- Enseguida estaremos en la Estación del Cisne ¿verdad?
- ¡Ajá! Llegaremos justamente a las once.
Al instante se vio pasar a través de la ventana una señal verde y , confusamente, un poste blanco. Al poco, difusamente, ante el cambio de vías, pasó bajo la ventana la luz de la llama de un fuego de azufre. El tren empezó a oscilar y poco después apareció sobre el andén una


hilera de farolas que brillaban perfecta y bellamente.
Poco a poco fueron agrandándose, cuando entraban y se paraban ambos amigos, delante del gran reloj de la Estación del Cisne.
En la refrescante esfera otoñal del reloj brillaban, azules, las dos agujas que señalaban ya las once. Todos bajaron una vez, quedándose el tren vacío. Debajo del reloj estaba escrito : " Parada: Veinte minutos"
- ¿Bajamos nosotros también? -, preguntó Giovanni.
- Vamos - le respondió su amigo.
Se levantaron al unísono, se dirigieron afuera y después hacia la salida de la estación. Sin embargo, en la salida no había nada más que un farol brillante con una hermosa luz morada. Na había nadie. Echando un vistazo alrededor no se veía ni al jefe de estación ni a ningún mozo.
Salieron a una placita que había delante de la estación, rodeada de árboles de gingko que parecían hechos en una primorosa labor de cuarzo. Desde allí salía un camino amplio que se introducía en la luz azulada de la Vía Láctea.
De la gente que había bajado del tren unos momentos antes no se veía a nadie.
Cogieron, uno al lado del otro, el blanco camino y, al andar, sus sombras parecían como la sombra de dos postes en una habitación que tuviera cuatro ventanas o los radios que salieran del centro de una rueda. Al poco llegaron al hermoso lecho del río que habían visto desde la ventanilla del tren.
- Esta arena es toda cuarzo. Dentro se ve arder una llama -, dijo Campanella como soñando , cogiendo un grano de aquella arena, frotándolo sobre la palma de la mano.
- Eso es -, respondió Giovanni como por inercia mientras intentaba recordar dónde había estudiado aquello.
Las piedrecitas del río eran todas transparentes. Había cuarzos v topacios, otras con formas rugosas y otras que desprendían una luz azulada como la niebla que sale del Mausoleo Imperial.
Giovanni se dirigió corriendo a la orilla del río y metió las manos en el agua.
Sin embargo, tal como sospechaba, el agua de la Vía Láctea era mucho más transparente que el hidrógeno, aunque, efectivamente, corría. Se veía como la corriente chocaba contra las muñecas de Giovanni, flotando como si fuera color mercurio. Las olitas que le daban contra las muñecas levantaban una hermosa fosforescencia, viéndose como, al mismo tiempo, ardían en un leve relampagueo.
Mirando hacia la parte alta de la corriente se podía ver, bordeando el curso del río, todo llano como un campo de recreo, una gran cantidad de rocas blancas, salientes bajo un precipicio donde crecían una gran cantidad de gramíneas. Se veía la figura de cinco o seis personas de pequeño tamaño que parecían estar ora desenterrando, ora enterrando algo, ora se levantaban,ora se agachaban. Por momentos se diría que algo parecido a un instrumento brillaba metálicamente.
- ¿Vamos? -, gritaron ambos a un tiempo y salieron corriendo hacia allá.
En la entrada donde se encontraban las rocas había una placa de finísima cerámica en la que estaba escrito : " Playa de Priocin".
En la otra margen del río había colocados cada cierto tramo, tras una baranda de fino hierro, unos hermosos bancos de madera.
- ¡Ajá! Aquí hay algo muy extraño -,murmuró Campanella mientras, parándose, cogía de la roca una cosa de estrecha y alargada punta parecida a una nuez.
-¡Es una nuez! Mira, hay muchas. No es que hayan venido flotando en el agua, están dentro de la roca.
-¡Qué grande! ¿Verdad? Son el doble de lo normal, y no están deterioradas en absoluto.
- Vamos rápido allí. Seguro que están excavando algo.
Llevándose algunas nueces se fueron acercando hacia un poco más adelante de donde estaban. En la ribera izquierda las olas se acercaban consumiéndose como un suave relámpago mientras que, en la de la derecha, bajo el acantilado, se mecían las gramíneas con su superficie hecha como de plata o concha marina.
Conforme se iban acercando pudieron ver a un tipo con pinta de científico, alto, con unas tremendas gafas para la miopía, puestas unas botas altas. Parecía estar muy ocupado escribiendo en una agenda. Muy concentrado, parecía estar dando órdenes a tres individuos allí presentes con aspecto de ser sus ayudantes, unas veces cavando algo con una piqueta, otras utilizando la pala.
- Cuidado con romper esa protuberancia. Utilizad las palas, las palas he dicho. Eso... desde un poco más atrás... No, no ¿Por qué son tan brutos?
Al mirar se podía comprobar que, desde dentro de aquella blanda roca, habían excavado más de la mitad de los huesos de una fiera grandísima que estaba en posición de tumbada.
Observando con atención se podía ver que había rocas con pisadas de dos uñas perfectamente cortadas y sacadas, habiéndosele también colocado un número.
- ¿Visitantes? -, preguntó aquella especie de profesor universitario, colocándose las gafas y dirigiéndose a ellos.
- ¿Había muchas nueces, eh? Pues eso... Bueno, esas nueces son de hace un millón doscientos mil años, más o menos. Realmente recientes. Aquí. hace un millón doscientos mil años. Un poco después del terciario, era una costa. Debajo de esto salen conchas... Por el mismo sitio que ahora corre el rio llegaba y se alejaba el agua salada. Este animal se llama Bos... Oye, oye, deja esa piqueta. Con cuidado, utiliza el escoplo. Eso, se llama Bos y es un antepasado de las vacas actuales. Antiguamente había muchos...
- ¿Lo va a utilizar como muestrario?
- No, lo necesito como prueba. Desde nuestro punto de vista en esta gruesa y hermosa capa de tierra salen infinidad de muestras que nos dicen que es de hace un millón doscientos mil años aproximadamente, pero, por el contrario, nuestros adversarios no sabemos si lo verán como una capa de tierra o si lo verán como el vacío, agua o viento.    ¿Entendéis? Pero... Eh, eh, eh... Ahí tampoco se puede utilizar la pala. ¿No ven que los huesos están enterrados justo ahí debajo? -, dijo el profesor saliendo disparado hacia allí.
- Ya es la hora de volver, vamos -, dijo Campanella comparando el reloj y el mapa-
- Disculpe pero ya es la hora de marcharnos -, se dirigió amablemente Giovanni al profesor al tiempo que le hacía una reverencia de despedida.
- ¿Si? Bueno, entonces hasta la vista -, respondió el profesor empezando de nuevo a dirigir el trabajo, yendo de un lado para otro.
Corrieron a toda prisa sobré las blancas rocas para llegar a tiempo a la salida del tren. Parecían flechas que cortaran el aire de la manera que corrían. Ni se les cortó la respiración ni se les calentaron las rodillas, por lo que a Giovanni le pareció que si podían correr así, de aquella manera, podrían recorrer todo el mundo de igual forma.
Pasaron el lecho del río al tiempo que la entrada y los faroles de la estación se les iban agrandando. Al poco estaban sentados en sus respectivos asientos mirando desde la ventanilla hacia donde habían estado .





EL PAJARERO


- ¿Podría sentarme aquí? -, preguntó una voz de adulto a su espalda, un tanto áspera pero muy cortés.
Se trataba de un señor de hombros un tanto encorvados y roja barba que llevaba al hombro dos bultos de tela y que tenía puesto un impermeable color castaño, ya un poco raído por el tiempo.
- Si, por favor... -, respondió Giovanni, encogiendo un poco los hombros a forma de saludo.
El hombre sonreía suavemente por entre medias de la barba mientras,lentamente, subía los bultos a los estantes. Giovanni sintió algo parecido a una profunda tristeza o soledad embargándole. En silencio miraba el reloj que tenía frente a sí cuando, mucho más adelante sonó algo parecido a un silbato de cristal. El tren, silencioso, ya estaba moviéndose. Mientras tanto Campanella recorría el techo dirigiendo la mirada de un lado para otro.
En una luz había un ciervo volante que se reflejaba, engrandecido, en el techo. El hombre de la barba roja sonreía como acordándose de algo muy nostálgico mientras observaba las reacciones de Giovanni y Campanella.
El tren empezó a tomar velocidad reflejando su luz, a toda prisa, a través de la ventana, tanto las gramíneas como el río. Barbarroja, tímidamente, se dirigió hacia ellos:
-¿Dónde van ustedes?
- Pues a donde sea -, respondió Giovanni entre avergonzado y confuso.
- Magnífico ¿verdad? Este tren la verdad es que va a cualquier parte.
- ¿Y usted dónde va? -, preguntó Campanella en un tono que parecía de pelea, ante lo cual Giovanni esbozó una sonrisa.
En esto, un hombre que habia sentado en el compartimiento de al lado, cubierta la cabeza con un sombrero cónico y unas grandes llaves colgadas a la cintura, se volvió sonriendose, ante lo cual, Campanella, se puso rojísimo y se echó a reir. El hombre, por su parte, no se enfadó, más bien respondió moviendo las mejillas nerviosamente.
- Yo bajaré dentro de poco. Me dedico a cazar pájaros.
- ¿Pájaros?
- Sí, grullas y gansos. También garzas y cisnes.
- ¿Hay muchas grullas?
- ¡Claro! Desde hace un rato se oyen graznar. ¿No las han oído?
- No.
- ¿No las oyen? Presten atención y las escucharán.
Ambos levantaron la cabeza y prestaron atención. Entre el sonido del traqueteo del tren y del viento soplando entre las gramíneas se escuchaba un sonido parecido al del borbollonear del agua.
- ¿Cómo caza las grullas?
- ¿Grullas o garzas?
- Garzas - , respondió Giovanni, dándole realmente igual que fuera tanto una cosa como la otra.
- Eso es muy fácil. Las garzas se forman de la arena helada de la Vía Láctea. Al final terminan siempre volviendo al río, así que, esperando en el lecho del río cuando bajan todas, de esta manera - , dijo haciendo la pose de las garzas al bajar - antes de que caigan contra la arena se las agarra a toda prisa. Entonces, endureciéndose, tranquilamente se mueren. Después ya... Bueno, no hace falta ni decirlo, sólo hay que convertirlas en hojas secas.
- ¿Las garzas convertidas en hojas secas? ¿Como en un herbario?
- No, no es un herbario. Todo el mundo las come ¿ o no?
-¡Qué extraño! -, respondió Campanella meneando la cabeza en señal de duda.
- Eso no tiene nada de extraño ni de sospechoso... Mira -. El hombre se levantó, cogió un bulto del estante y lo desató a toda velocidad.
- Vean, estas acabo de cogerlas.
- Es verdad, son garzas -, gritaron ambos a un tiempo.
Era verdad. Blanquísimas, brillantes como la cruz que habían visto poco antes era el cuerpo de las garzas. Aplanchetadas, los pies negros un tanto encogidos, estaban allí, colocadas en orden, como en un relieve.
- Tienen los ojos cerrados -, comentó Campanella rozando una con la punta de los dedos. Tenia los ojos cerrados y forma de cuarto creciente.
Encima de la cabeza, perfectamente colocadas, tenía unas plumas blanquísimas  con aspecto de flechas.
- ¿Verdad? -, comentó el hombre y colocó en orden el contenido de su bulto, volviéndolo a liar de nuevo con las cuerdas.
- ¿Están buenas las garzas? -, preguntó Giovanni, mientras para sus adentros se cuestionaba quién sería el que comería garzas por aquellos parajes.
- Sí, hay pedidos todos los días, pero los gansos se venden mucho más. Los gansos tienen un sabor mucho más agradable y además no dan ningún trabajo. Mirad, dijo abriendo el segundo paquete.
Efectivamente, un poco aplanchetados, colocados unos encima de otros perfectamente. se encontraban en el paquete los gansos, brillando furtivamente, amarillos, azulados y llenos de pintas.
- Estos se pueden comer rápidamente ¿Les apetece? Tengan, coman un poco -, dijo el hombre estirando suavemente de las patas amarillas de un ganso, separándose éstas limpiamente del cuerpo, como si de chocolate se tratara.
- ¿Qué tal? Coman un poco -, les dio el hombre a comer tras haberlas partido en dos. Giovanni, comiendo un poco:
-“¡Anda! ¡Si es un dulce! Está mucho mejor que el chocolate. Pero un ganso así no es posible que vuele. Este tipo es un pastelero que vive por ahí en la pradera. Sin embargo ¡qué cosa más terrible estoy haciendo! Me estoy mofando de él y resulta que me estoy comiendo sus dulces" -, pensaba mientras comía a dos carrillos.
- ¿Qué tal un poco más? -, les ofreció el pajarero de nuevo.
- No, gracias -, respondió Giovanni absteniéndose aunque era evidente que quería comer más. Entonces el cazador de pájaros alargó la mercancía al hombre de las llaves que se encontraba en el asiento de al lado.
- Nos vamos a comer su negocio -, comentó el farero al tiempo que se quitaba el sombrero.
- No se preocupe. ¿Cómo está este año el panorama de las aves migratorias?
- Estupendamente. La otra noche, por ejemplo, me llamaban de un lado y de otro por teléfono, preguntándome por qué, si el faro estaba roto, que por qué lo encendía a hora no establecida... ¿Qué? Yo no era, había tantos pájaros que pasaban delante de la luz tapándola. No podía hacer nada. Yo, so cantamañanas, ¿qué arreglaban quejándose a mí? Dígaselo a ese del manto estropeao, del pico y las patas largas, les contestaba cuando me llamaba... ¡Ja, ja, ja... !
Las gramíneas habían desaparecido por la que la luz del prado se filtraba por la ventana.
- ¿ Por qué llevan trabajo las garzas? -, terminó preguntando Campanella tras un rato de querer hacer lo y haberse abstenido.
- Pues eso, para comérselas -, dijo el hombre volviéndose hacia Campanella -Hay que tenderlas diez días a la luz del agua del río de la Vía Láctea. De no hacer eso hay que enterrarlas tres o cuatro días en la arena. Una vez hecho esto se evapora el mercurio y se pueden comer.
- Pero esto no es un pájaro. Es un dulce ¿verdad? -. Campanella parecía haber pensado lo mismo que Giovanni y preguntó sin ambages.
- Aquí, aquí me tengo que bajar -, dijo el cazador precipitadamente, como si hubiera ocurrido algo, y en un abrir y cerrar de ojos se levantó, cogió sus bultos y desapareció.
- ¿Dónde habrá ido? -. Se miraron los dos amigos cuando el farero, con una amplía sonrisa, estirándose un poco se asomó por la ventana. Al mirar en la dirección del farero vieron como el cazador, un instante antes allí junto a ellos, se encontraba en medio de la superficie del lecho del río, cubierta por una capa de hierba aquí amarilla, allí azulada que fosforecía hermosamente. Su rostro estaba muy serio, teniendo las manos muy abiertas mientas miraba al cielo.
- Allí está. ¡Qué figura tan extraña! Seguro que otra vez va a agarrar pájaros. Si los pájaros bajan antes de que el tren eche a correr... estaría muy bien, si no...-Una vez terminado el comentario, del cielo, sin obstáculo ninguno, lo mismo que si nevara, empezaron a bajar las garzas, iguales a las que poco antes habían visto. Bajaban dicharacheando mientras ejecutaban su hermoso baile.
El pajarero, muy contento, cumpliendo con sus encargos, abiertos los pies en sesenta grados , iba agarrando una de las encogidas patas negra de las garzas que podía y las metía en su bolsa de tela. En ese momento las garzas, al igual que las luciérnagas, durante un rato, se encendían y apagaban con una luz azulada dentro del saco si bien, al final, acababan con un color blanquecino y cerrando los ojos. Sin embargo eran más las que bajaban hasta la arena sin que les ocurriera nada que las que podía coger el cazador.
Aquellas que llegaban a tierra, tocado y no tocado, en un instante se aplastaban contra el suelo como la nieve sobre la arena. Se expandían como el cobre fundido que sale de un alto horno aunque aún tenían forma, pero a las dos o tres veces de encenderse y apagarse adquirían el mismo color de la arena que había alrededor.
El hombre, una vez metidas veinte garzas en su saco, de pronto, levantó las manos como aquellos soldados que, alcanzados por una bala, se ponen en pose de morir.
Más que desaparecer de allí la figura del cazador, habría que decir que una voz conocida hablaba al lado de Giavanni.
- Ah, estoy satisfecho. He trabajado justo lo que necesitaba. Estupendo, estupendo...
El pajarero se encontraba ya allí con sus garzas engarzadas perfectamente unas a otras.
- ¿Cómo ha venido en un instante hasta aquí? -, preguntó Gíovanni sintiendo que en todo aquello había algo entre lógicao e ilógico...
- ¿Por qué ? Pues porque quería venir ¿Ustedes, de dónde vienen?
Giouanni iba a responder, pero no sabia como hacerlo. Campanella hizo también un gran esfuerzo por responder.
- De muy lejos ¿verdad? -. se respondió el hombre, no haciéndose problema del asunto, lo mismo que si lo supiera.


EL BILLETE DE GIOVANNI
 

- Aquí termina ya el área del Cisne. Miren, aquel es el famoso observatorio de Albireo.
Fuera, en medio de la Via Láctea, brillante como si de fuegos artificiales se tratara, se veían cuatro grandes edificios de color negro. Encima de uno de ellos, de techo plano, había don grandes globos redondos, de zafiro y topacio que, sorprendentes como para hacer abrir los ojos a cualquiera, giraban v giraban en silencio. El amarillo se alejaba poco a poco mientras el azul, más pequeño, se iba acercando hasta que al poco la intersección de los dos extremos formaba una bellísima doble lente convexa de color verde. La lente se iba ampliando poco a poco hasta que el color azul se superponía sobre la cara del topacio, formándose en el centro un circulo verde rodeado de una aureola amarilla. Poco a poco se iban alejando de nuevo hasta repetir la misma forma de la lente anterior. Lentamente se iban separando uno del otro, el zafiro alejándose y el topacio acercándose, hasta volver a formar de nuevo la figura primera.
Ahí se encontraba, silenciosa, envuelto en el agua sin forma del rio de la Via Láctea, en la corriente insonora del rio, el negro edificio del observatorio. Se mirara por donde se mirara, daba la impresión de estar dormido.
- Aquella máquina sirve para medir la velocidad del agua. El agua... -, estaba diciendo el cazador de pájaras cuando :
- Billetes, por favor.
A su lado. no sabiendo cuándo ni cómo, estaba de pie un hombre alto. Era el revisor con su sombrero rojo.
El pajarero, sin decir palabra, se sacó del bolsillo un papelito al que el revisor echó un vistazo y, acto seguido, con un leve movimiento de ojos, como preguntando ¿Y ustedes?, señaló hacia Giovanni y Campanella.
- Pues -, iba a decir todo inquieto Giovanni cuando, Campanella, como si no pasara nada, sacó un billete de color grisáceo. Giovanni. todo preocupado, pensando que tal vez, por casualidad,pudiera estar el billete en el bolsillo de la chaqueta, metió la mano y se encontró con un gran papel doblado.
Preguntándose qué seria aquello, se lo entregó rápidamente al revisor. Se trataba de un papel de color verde doblado en cuatro, del tamaño de una postal. El revisor alargaba la mano pidiendo algo, por eso, pensó en que no importaría que fuera aquello.
El revisor se puso derecho y abrió aquel papel con mucho cuidado. Mientras leía el papel, el revisor se arreglaba el botón de la chaqueta, al tiempo que el farero leia el documento con toda atención al trasluz.
Giovanni, si bien sabía que aquello era un permiso o algo parecido, tenía la sensación de sentir algo ardiéndole en el pecho.
- ¿Esto lo trae usted de la Tercera Dimensión? -, preguntó el revisor.
- Pues no lo sé... -. respondió Giovanni, ya tranquilizado y sonriendo pícaramente mientras miraba hacía el revisor.
- De acuerdo. Llegamos a la Cruz del Sur a la tercera hora -. dijo el revisor devolviendo el papel a Giovanni y alejándose rápidamente del lugar.
Campanella, ansioso por saber qué era aquel papel, le echó un vistazo rápidamente. Giovanni también ardía de curiosidad por saber de qué se trataba.
Allí dentro había, dentro de unos negros arabescos, impresas solamente unas diez letras. Al mirarlas, silenciosamente, Giovanni tuvo la impresión de ser absorvido hacia el interior del papel. También el pajarero, echando un vistazo, comenta precipitadamente:
- Ah, esto es magnífico. Con este billete se puede ir hasta el cielo, y no sólo eso, se puede ir a cualquier sitio que le apetezca; para eso es este billete. Teniendo este billete se puede ir a cualquier sitio, sobrepasando esta ilusoria e imperfecta dimensión de la Via Láctea. Ustedes son unos tipos soberbios.
- No entiendo nada -, respondió Giovanni, colorado como una manzana, volviendo a doblar el papel y guardándoselo de nuevo en el bolsillo.
Muy confusos, ambos se pusieron a mirar de nuevo hacia afuera mientras intuían que el pajarero, diciendo contínuamente que eran unos personajes, que eran muy importantes, de vez en cuando les echaba una mirada.
- Ya mismo apareceremos en la Estación Águila -, comentó Campanella mientras comparaba con el mapa tres señales seguidas que había al otro.
Giovanni. sin comprender por qué, empezó a sentir una tremenda compasión por el pajarero. Al ver como aquel hombre cogía las garzas y se alegraba tanto al coger suficientes, al ver como las envolvía en la tela blanca, al comprobar como se alegraba y elogiaba a la gente sólo con ver el billete de reojo, al pensar en cada una de aquellas cosas, a Giovanni le entraban ganas de darle todo lo que tenía al desconocido pajarero. Se dio cuenta de que sería capaz de estar cíen años cogiendo pájaros en aquel río de luz si con eso lograba hacer feliz a aquel hombre. Llegó al punto de serle imposible estar callado.
- En verdad ¿qué es lo que usted quiere? -, quiso preguntar pero, pensando que aquello no sería elegante hacerlo de tal manera, fue a volverse cuando vio que ya no se encontraba allí el pajarero.
Los bultos tampoco estaban sobre la repisa. Creyó que de nuevo se encontraría fuera, mirando al cielo y atrapando garzas. Se volvió hacia allí, pero no se veían ni las amplias espaldas del pajarero ni su sombrero. Sólo se podía comprobar la presencia de las olas de gramíneas y de un tapiz de arena.
- ¿Dónde habrá ido aquel hombre? -, comentó indolente Campanella.
- ¿Dónde habrá ido? ¿Dónde volveremos a encontrárnoslo? ¿Por qué no habré sido un poco más amable con él?
- Eso me pregunto yo también.
- Sentía que aquel tipo me estaba molestando, por eso ahora me siento muy mal.
Era la primera vez que Giovanni decía una cosa así, la primera vez que sentía una emoción tan extraña.
- Parece que huele a manzana ¿Será porque estaba pensando ahora mismo en ello? -, dijo Campanella mirando alrededor muy extrañado.
- De verdad huele a manzana. También viene olor a rosas silvestres.
Giovanni también miró alrededor muy extrañado. Efectivamente, el olor entraba por la ventana. A Giovanni le pareció que, siendo otoño, resultaba muy extraño que oliera a rosas silvestres.
De pronto apareció dentro del tren un niño, apenas de seis años, pelo negro y brillante, puesta una chaqueta roja sin ningún botón abrochado. Parecía muy sor-prendido mientras se mantenía descalzo, allí, de pie, temblando. A su lado había un joven, muy bien vestido a la europea, alto y, en la postura de un olmo que estuviera siendo zarandeado por el viento, se mantenía al lado del muchacho cogiéndolo de la mano.
- ¿Dónde estamos? ¡Qué bonito! Detrás del muchacho había otra chica, de unos doce años, muy bonita, de ojos marrones que, vistiendo un abrígo negro, daba el brazo al joven mientras miraba extrañada hacia fuera.
- Ah, esto es Láncaster. No, Connecticut... No, no, estamos en el espacio, nos dirigimos al cielo. Ya no hay que tener miedo. Es Dios que nos llama -, dijo radiante de alegría a la muchacha el joven del traje negro.
Aunque su rostro estaba lleno de profundas arrugas y su aspecto era de estar bastante cansada, haciendo un esfuerzo, sonrió y sentó al muchacho al lado de Giovanni. Por otra parte, muy dulcemente, señaló a la muchacha el sitio vacio que había al lado de Campanella. La chica, muy obediente, se sentó poniendo una mano sobre otra, apoyándolas sobre la falda.
- Ya, hermana, voy a donde está papá -, dijo el chico, cambiando de expresión, acabando de sentarse, dirigiéndose al joven, al otro lado del farero. Este, con cara muy apenada, miró muy fijamente hacía la negrísima y rizada cabeza del pequeño. La niña, de pronto, se puso las manos sobre las mejillas y empezó a gemir.
- A papá y a Kikuyo les queda todavía mucho que hacer, pero vendrán pronto a reuníse con nosotros. Mamá, sin embargo, sí que ha tenido que esperar muchísimo. Seguramente estará muy preocupada pensando en qué estará haciendo su querido Tadashi. Pensará en la canción que estará cantando, en como se divierte con sus amigos, las manos juntas en las mañanas nevadas dando vueltas alrededor de las malezas del jardín. Como estará preocupada vamos rápidamente a encontrarnos con ella ¿vale?
- Sí, pero hubiera sido mejor no ir en barco.
- Tal vez, pero... Mira ¿qué te parece? Aquel hermoso río, ¿eh?. aquel es el río que se veía así, como blancuzco, desde la ventana cuando cantábamos " Brilla, brilla, estrellita", a la hora de dormir. Míralo como brilla.
La hermana, que había estado llorando, se secó los ojos con el pañuelo y se puso a mirar por la ventana. El muchacho, como si les estuviera explicando algo, les dijo suavemente a los hermanos:
- Nosotros ya no tenemos por qué estar tristes. Haciendo un viaje por este sitio tan agradable pronto estaremos alli, donde está Dios. Allí ya el color es luminoso y el olor maravilloso, y hay gran cantidad de gente magnífica. Los que subieron al bote en lugar nuestro seguro que han sido salvados y se dirige cada uno a casa de sus preocupados padres, que estarán esperándoles. Bueno, como vamos a llegar pronto cantemos con ánimo pues.
El joven acarició la negrísima cabeza del muchacho y. consolando a todo el mundo, su rostro también empezó a brillar de alegría.
- ¿De dónde vienen ustedes? ¿Qué les ha ocurrido? -, preguntó el farero al joven, intuyendo que había empezado a comprender algo. El muchacho sonrió vagamente.
- Pues.... el barco donde íbamos chocó contra un iceberg y se hundió. El padre de estos niños había vuelto un poco antes a su país, hace unos dos meses, por asuntos urgentes... Poco después fue cuando nosotros salimos. Yo estaba estudiando en la universidad y hacía de profesor particular de estos muchachos. Sin embargo, justo al decimosegundo día, hoy o ayer, no sé, el barco chocó contra un iceberg y de un golpe se descontrólo y empezó a hundirse. Es verdad que en alguna parte brillaba levemente la Luna. pero también resultó que la niebla era bastante espesa. Como el bote salvavidas se había roto en la parte de babor ya no servía por lo que era imposible que subiera todo el mundo... El barco se iba hundiendo cuando yo, con todas mis fuerzas, grité pidiendo que montaran en el bote a los pequeños. La gente que había cerca abrió paso y empezó a rezar por ellos. Sin embargo, como hasta el bote había más niños y también estaban sus padres, no tuve valor para apartarlos.Pero sintiendo que mi obligación era salvar a estos chicos, intenté apartar a los que había delante...
Viendo como estaba la situación, al mismo tiempo, pensaba que, mejor que salvarlos era presentarse así delante de Dios. También consideré que yo era el único que debía ser castigado por Dios y que debía intentar salvarlos. Montados los crios en el bote, las madres, como locas, les mandaban besos mientras los padres, aguantando el dolor, se mantenían de pie; a mí, por mí parte, sentía que se me partía el corazón de dolor.
Entretanto el barco se hundía nos apelotonamos y, dispuestos a morir, abracé a los chicos, preparado para flotar todo lo que fuera posible.  Alguien lanzó un salvavidas, pero se fue demasiado lejos y no pude cogerlo. Yo me agarré fuertemente a una rejilla de la cubierta y conseguí que ellos lo hicieran también. ¿Dónde empezó? No lo sé. Lo cierto es que de pronto se levantó una voz cantando el himno número 306 y al poco, todos, en una gran variedad de lenguas estábamos cantando la misma canción.
Entonces, de repente, se oyó un gran estruendo y caímos

 al agua. Creyendo entrar en un remolino, me pareció perder el sentido cuando aparecimos aquí.

Fin Primera Parte 

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