domingo, 11 de enero de 2015

Ritos (Año Nuevo)

RITOS
(AÑO NUEVO)

        Alguien comentaba una vez que siempre que llegaba a cierta ciudad nunca sabía dónde se encontraba. Por relaciones amistosas y familiares la traían y la llevaban. No había tenido ocasión de aprender el mapa, el terreno físico de la ciudad pateado por sí misma.
        Estoy totalmente de acuerdo con esa afirmación. Aunque ya hace un tiempo que habito en esta megalópolis que es Tokyo, nunca sé dónde estoy.
        Si bien muchas veces pienso que es algo que ni siquiera los habitantes autóctonos conocen. Lo mismo que no se aprende el terreno cuando se va acompañado, tampoco se aprende el paisanaje. El hecho de verse más o menos forzado a atender preguntas y comentarios del otro no deja demasiado tiempo para la observación lenta, pausada, deleitosa de lo que se tiene ante los ojos.
        Muchos primero de enero he pasado ya en esta ciudad. Y sé que la gente va a los templos y compra esto y aquello y come acá y allá y le pide a tal “dios” o a cual “santón” de turno. Lo sé, lo he visto. La televisión lo repite hasta el hartazgo durante unos días. Como la Navidad en Europa etc., pero en versión japonesa.
        Sin embargo hoy he preferido quedarme solo y andar un poco, tampoco se puede demasiado, la ciudad de las maravillas que es Tokyo.
        Mañana gris, filtradas las nubes por algún que otro rayo de sol. Media mañana, galopando hacia mediodía, y como en las noticias de las grandes ciudades europeas y del mundo en general, en la calle no hay nadie. Algún que otro despistado se ve dirigirse hacia el andén nuestro de cada día.
        ¿Sigue la gente al amor del brasero ritualizando los saludos de principio de año, tomando los platos y bebidas cargados de ruegos por la buena salud personal y familiar o ya ha traspuesto los límites del sueño y se dirige hacia la casa de su dios familiar?
        En el gélido y cortante frío de la mañana, a la sombra de los edificios estacionales, alguna que otra pareja joven, algún que otro abuelo con sus nietos, algún que otro, se nota, copa de más...
        A pesar de la hora el público escasea. El andén casi vacío, el tren casi vacío. Es el mismo tren familiar que a esa hora suele rebosar de los distintos estratos de la edad que surca la sociedad. Pero hoy.... ¿qué pasa?
Incluso algún que otro soñoliento se permite el lujo de tumbarse a la bartola en los asientos para siete. Vacío del año que comienza.
        ¿Qué pasa hoy? Siguiendo el mismo camino que lleva al trabajo, la elegancia del vestido parece caída a los trapillos de andar por casa. Relajación total ¿o será que la abundancia ha dado paso a que se pueda elegir con mayor posibilidad? Es de recordar la infancia en la que en los primeros días del año se estrenaba ropa. Hoy en día, no todos los días, pero...
        El perfecto trazado de los rostros maquillados parece parado en los primeros estadios de la operación. Pomulos caidos. ¿Cansancio? ¿Es el cansancio de un año preñado de angustias el que aparece en el rostro o es simplemente que durante la noche no se ha dormido demasiado?
        No, también el rostro y el porte acicalado, versión revista o fotografía de grandes almacenes, se pasea por el vagón. De todas formas se diría que no parece el aspecto que se exige, ¿exigía?, para presentarse en la casa del padre. Más bien da la impresión de que se va al campo a tumbarse al fresco y mejor llevar un porte cómodo y desgarbado.
        El color negro impera. Al ojo la sensación  de pobreza y cansancio no se le escapa. La tela es posible que sea de primera calidad. El gorro andino condona el frío de la cabeza, no se puede dejar congelar las ideas, y las orejitas evitan los sabañones.
        Metro. Más vacío que un estómago con tres meses de ayuno. Soledad de soledades.
        Conforme van pasando las estaciones se calienta el ambiente como el estómago que se llena de sopa cálida. Parejas a la moda, a su modo elegantes. Ellas más.
        Familias, padre incluso encorbatado, madre con el traje que sólo se pone en las solemnidades oficiales, niños, como niños, juguetones y chillones. Algún que otro bolso de la felicidad de regalo que el crío, la cría, escudriña para saber qué lleva.
        A veces, junto a los hijos, la pareja de ancianos, más o menos estirados, más o menos encorvados. No es igual el comerciante siempre soldado frente al cliente que el campesino que mira hacia la tierra.
        Encuentro una, dos veces al año. ¿Los padres de él, de ella? Generalmente de él. Los niños, salvo, muerte intempestiva, tienen dos abuelos y dos abuelas, pero... ¿qué pasa por otros lares? En Navidad en casa de uno, en Año Nuevo en casa de otro. Y en medio todas las variantes posibles. El abuelo, la abuela mira con ternura al nieto, a la nieta, sangre que prolonga la sangre... ( A veces le sacan los ojos, pero al parecer no duele).
        Reunión familiar, anual. Dirección, la casa de los dioses penates, la casa del protector de los estudios, de la salud.
        ¿Pura petición? Pero, vox populi dixit, si por aquí no hay religión...
        “Como X es un país católico.... En Japón no hay religión, por eso....”
Cantilena que se repite ante el foráneo.
        Mucho habría que discutir sobre el significado de esta frase hecha pero valga sólo una pregunta : ¿Si usted no tiene religión, por qué va al templo, por qué va a pedir por la buena salud, por la prosperidad del negocio y todos los etcs. posibles? ¿Es sólo una frase o un laberinto para no explicar lo que no se sabe explicar?
        No es el ánimo de la discusión teológica lo que impera. Hoy es el rito, la forma, el sentir o no sentir algo pisoteando la ciudad lo que manda.
        Bajo del metro. En el lugar del trabajo no hay nadie. Pero no impide para entrar y revisar las tarjetas de ¿Navidad? No, estamos en Japón. Tarjetas de Felicitación del Año Nuevo.
        Pregunta que se repite con cada año que termina. ¿Cómo pasan el Año Nuevo? Respuesta que se repite, como el ritual del “ozoni” de las “tarjetas” de “soba” para pasar el año.
        En realidad Japón es ajeno a la Navidad. Que se celebre, especialmente los cristianos, que haberlos hailos, con ciertos sentido religioso por su parte resulta lógico. El resto, mero divertimento y negocio.
No se lean con reticencia mis palabras. Por eso termina el 25 de diciembre y el japonés vuelve a sus raices, la música se shamizeniza o se kotiza y las abuelas y menos abuelas sacan sus kimonos tradicionales para volver a ser
lo que fueron.
        El corte es tan radical que, siempre a los ojos del foráneo, diera la impresión de que el traje anual, corte cosmopolita, molestara. De esta fecha a esta fecha soy japonés, a partir de aquí.... ni yo mismo lo sé.
        No critico, no justifico, sólo cuento mis impresiones.
        No, la Navidad y el Año Nuevo, se montan sobre ancestrales costumbres judías y forman un todo, tiempo de invierno en que lo que muere se intenta olvidar y la mirada se prolonga hacia lo que nace...
        No es necesario que la tarjeta navideña llegue con el nacimiento de Cristo, pero es mejor que llegue en el tiempo de Navidad, es un todo...
        Miro el correo, preparo cosas para unos días después, días de vuelta al trabajo. A pesar de todo es hoy y media lo que tardo. Y salgo a la calle.
        Como es día de expansión y observación se impone la lentitud, la espaciosidad del ojo y del espíritu. Y como el estómago no es de piedra hay que apaciguarlo en cualquier cafetería. Café y bocadillo. Gente que entra, gente que sale.
        El ojo se arruja, el entrecejo también. Barrio popular, barrio, antiguamente, de menestrales a las órdenes de la aristocracia de la sangre o de las armas.... Lo mismo que se arruga el entrecejo se ven arrugadas las caras. En la cafetería escasea la juventud.
        Salgo, caliente el estómago y levantado el ánimo y me dirijo al templo, ya sintoista, ya budista, cercanos. No voy a dar nada, no voy a pedir nada. Hoy, no sé por qué, tenía necesidad de meterme en este tumulto, tantas veces evitado. Seguir los mismos pasos, no sé si comprender algo, pero al menos comprobar qué se siente , o al menos que siento. A veces, ir acompañado es ir mediatizado.
        Estrechez. Gente que va, gente que viene. Ganas de escapar. Seguramente no es exclusivo de Asia, pero la sensación de estrechez, tumultuoso paisanaje, puestos a un lado y a otro, asfixia. Salir corriendo o aguantar. Yo siento la imposibilidad de ver, comprobar tranquilamente para comprar. Necesito más espacio. No digo que sea engaño, pero al sentir la necesidad de huir parece como si se comprara sin mirar demasiado y al llegar a casa, decepción... ¿Será sólo mi impresión?
        ¿Había junto a las catedrales, a las iglesias, en días de fiesta tal cantidad de puestos? Quizás la distribución del espacio, de la ciudad, al ser diferente haga sentir que allá no existen, pero sí existen, de otra manera. Confusión total.
        Esto me recuerda más bien las ferias. Originadas alrededor del Santo Patrón, el acto religioso va por una parte y el gran público se recrea en lo lúdico únicamente. Estrecheces del camino, casetas acá y allá. Gritos, música. Sí, esto es una feria, una romería. ¿Fervor? No conociendo el corazón de cada uno, mejor no tener opinión.
        Siguen apareciendo caras flácidas, más jóvenes ya. No hay maquillaje. Verdadero corazón. Cansancio, espero que sólo sea del trabajo y del ajetreo, no de la vida. Días de relax. Otra explicación podría darse a esta vestimenta de cada día, para estar por casa. Nos vamos a encontrar con el protector familiar, no son necesarias las formalidades demasiado rigurosas... Estamos en familia. De ser así, se entiende y se comparte. Es como llamarle de tú a Pedro, a Juan, a Andrés o al mismo niño chiquito recién nacido.
        No hay kimonos.... Sí, alguno se ve. Mujeres mayores, las jóvenes, alguna niña, cinco, seis años, ¿kimono? ¿Indica esto pobreza? ¿Ahorro? ¿Sencillez? ¿Por qué en televisión? aparecen a veces, especialmente jóvenes, muy enquimonadas? ¿Carácter regional? pregunta al aire que surgen en el deambular por las estrecheces de las aceras.
       Templo sintoista, templo budista. Dos templos, cerca uno del otro, pero no juntos.... Sorprende ver una catedral cristiana incrustrada en un templo islámico. O saber que un templo tiene cimientos romanos, estructura judía, paredes islámicas y consagración cristiana. Aquí no, se respetan, pero la pureza es la pureza.
        Siguen las filas. Niños que gritan, abuelos que regalan, alguna joven con kimono y algún peludo más o menos bien puesto.
                ¡Cuánta gente! ¡Qué horror!
        ¿Y usted por qué viene?, dan ganas de gritar al que tal dice. No hay religión, viene y molesta, contradicción tras contradicción.
        Una gran pantalla refleja el caminar cansino del público.
                Mira, mira, allí estoy. Papá, ¿te ves? ¡Qué bien!
        Feria completa. Se suben las escaleras y se llega al saludo ritual. Unas monedas y una petición. ¿Oración mental? ¿Sólo se piensa en los dioses hoy? ¿Religión o negocio de supersticiones? Nadie se salva. Ni los de aquí, ni los de allí. Ni los viejos, ni  los nuevos.
        La cristalización del sentimiento lleva hacia la ritualización lo que está dentro de uno mismo. En última instancia seguir lo que llevamos dentro al margen de grandes grupos de presión, opinión.
        Salida del laberinto. Cerca hay otro templo. Hay menos gente. Ni idea de quién es el Santón presente. Mezcla de lo nuevo y lo antiguo. Y la venta de cachibaches para regalar a los dioses. Nadie tiene derecho a criticar a nadie, pero un comentario curioso se filtra en mi oido.
        - ¿Esto qué es? ¿Otera, Yinya?
        - Otera.
        - ¿Y donde estuvimos antes?
        - Yinya.
        No es un crío, una cría quien pregunta. Un bombón apetecible de alrededor de la treintena. Perdón por la impertinencia. Pregunta al que parece marido, o padre. Peina canas. No importa.
        ¿Refleja la pregunta la realidad del conocimiento de la propia cultura o es un caso aislado? Preferiría pensar lo segundo porque de ser general el montaje del negocio de los templos en estas fechas sería demasiado evidente.
        Notas, anécdotas que se cruzan en el camino. ¿Y ahora? No demasiado lejos, en metro, por supuesto, uno de los grandes templos de Tokyo: Asakusa.
        Por la mañana la ausencia de gente era notable. Se diría que en días como éste el público se junta en islas hormiguero. ¿Cuántos miles de personas habría en estos espacios que dejo atrás? No sé, pero rompieron de pronto el primer golpe del vacío de la mañana.
        Buscando, buscando, el metro me lleva a una estación en la que hay que salir a flor de tierra para cambiar.... Como dice el refrán: Preguntando se llega a Roma. Versión ad hoc: Preguntando se llega a Asakusa.
        El número de hormigas aumenta. Perdón. El número de personas aumenta. Pero es que, ciertamente, entrar en una estación de tren con tanta gente y, culpa de la estación del año, vestida de oscuro, la sensción de entrar en un hormiguero no es extraña.
        Pero hay, se ven, los primeros foráneos. Por algo es uno de los lugares sitos en las guías turísticas tokiotas. Con niños chicos a cuestas, pensar que son matrimonios, ingleses, franceses, no alcanza el oido, no es una locura.
        Arriba de nuevo, paraiso del peatón. Gente, gente, gente... ¿Es toda ésta la gente que por la mañana no se encontraba ni con lupa? ¡Madre, qué estrecheces! Ha cambiado el paisaje y el paisanaje. Mezclados con los mayores se ven hombres y mujeres de mediana edad, jovencitos y jovencitas saliendo del huevo, estrafalarias faldas, pantalones y pelos más estrafalarios todavía, móvil en ristre, foto agua de tifón y riadas de pies que se dirigen hacia la puerta del “Dios del Trueno”. Gente, gente, gente. Gente del país y gente de visita, estirados como girafas. Pieles blancas, oscuras, oliváceas, se dice que amarillas, pero prefiero llamarlas aterciopeladas, y alguna piel café solo, vestida de inmaculado blanco.
        El ropaje cambia. Junto a la oscuridad que impone la estación en el vestir, ¿o es sólo la primera capa?, el colorido cambia.
        Pastel, beige, algún azulado, rosado, blanco ,dependiendo de la edad y del sexo.
        El pelo cambia, desde el estrafalario punk impenitente hasta el retro edíco peinado, kimono incluido, y ese peinado a chorros del despertar diario de las jovencitas que, en su estilo, no queda del todo mal, hasta el más clásico cayendo por los hombros. Sombreros y desombrados. De todo, como en botica.
        Pasada la puerta, tiendas, tiendas, tiendas. No pienso, miento, pienso comprar un palillero en forma de mono. Estamos en el año del mono. Si lo encuentro. Me arrimo a la izquierda y voy mirando lo que puedo. Peinetas tradicionales, telas de época, “guetas”, espadas de plástico, dulces tradionales, campanillas, monitos, kimonos y kimonitos.... Todo un guirigai de color aderezado con música ¿rock? ¿medio orquestal? No suena el enérico “koto” ni el “shamizen”. Y vamos camino del altar.
        Me recuerda, con menos ruido, pero con el mismo bullicio: “Irashai, irashai” (Vengan, vengan, lo tengo bonito, bueno y barato. Aquí, vengan, vengan, vengan...”, la Calle del Infierno de las ferias andaluzas.
        Esto es una feria. ¿Es esto lo que el japonés quiere señalar con que no hay religión? ¿Es el hecho de que los ritos tradicionales han perdido su sabor y valor para quedarse en mero hedonismo? No seré yo quien lo critique. Sólo quiero entender. Entender es el primer paso para comprender, es el primer paso para aceptar y aceptar el primer paso para cambiar.
        Mozos y mozas que rompen el régimen que les impone su ropa butifarra, engullen buenas albondiguillas de arroz asado, tostado como pinchito moruno y embadurnado de ¿dulce?. En todos sitios cuecen habas. Cuando terminen estos días a pan y agua. ....
        El demasiado barullo me marea. Me salgo por una de las callejas laterales. Gentes, tiendas y trastiendas. Zapatos, bolsos, telas, kimonos... De todo, como en cacharrería vieja. Y gente guapa, bella, elegante y menos bella y elegante...
        En esas tiendas laterales una cosa me llama la atención. Es el color de las telas de los kimonos. Salvando mi ignorancia de la relación  color-estación del año, uno siente que el colorido del kimono es más bello y elegante que el democrático y práctico vestir actual.
        Acostumbrado el ojo, confesemos, a estampas, dibujos, fotografías, films con temas de otros tiempos, al menos formalmente, el cubre todo que es el abrigo actual o el impermeable moderno, resulta pobre de color, de hechura. También se podría considerar que esas estampas antiguas presentan los días de fiesta en que se estrenaba ropa, una dos veces al año, y no la realidad cotidiana. La vida actual exige elegancia constante en el vestir, estreno más frecuente, ropero renovado continuamente, y el día de descanso, ropilla de estar por casa. Producto lógico de la abundancia, que diría el economista de turno. Tal vez.
        El colorido de las ropas estampadas, de los diseños del kimono, aún en negro, es , espero que no sea prejuicio de foráneo, resulta más bello. En fin, la época es la época.
        Por las callejas laterales se llega a la entrada principal del templo. Subir las escaleras, palmotear, echar un óbolo en el cajón, orar, pedir y salir por otra puerta para molestar lo menos posible....., y hasta el año próximo....
        Vuelta atrás. La espalda de uno de los portones tiene unas zapatillas de pajas de arroz decorando. Se diría una hamburguesa grande. ¿Hamburguesas? Escucho ruidos de trompetas en el estómago. Hay que salir de ese remolino de gente.... Me topo con mi mono palillero de dientes, calle amplia y un grupo de cristianos altavocea sobre, Cristo, Dios y la salvación del alma. ¿Oportunismo, crítica a lo que la gente del lugar está celebrando, contraste no buscado de una misma idea llamada religión? No sé, pero la situación resulta al menos curiosa.

        Salgo de la calle peatonal donde un hombre tira de un carricoche con dos personas montadas. Busco la boca del hormiguero-metro y bajo en otra estación.... Necesito tomar algo, un café, un bocado y un poco de agua. Serenidad. Tranquilidad de espíritu y de cuerpo. La planta de los pies están hechas añicos, pero el día ha sido interesante. Es la hora de volver... La noche ya está encima. A pesar de ser invierno el día uno de enero no ha sido demasiado frío.

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